El resultado de las elecciones europeas va más allá de las cifras y de los autocomplacientes análisis que han hecho los partidos mayoritarios, pese a que el PSOE anuncie una renovación controlada al estilo «lampedusiano» de que todo cambie para que todo siga igual o que el PP diga tomar buena nota del desastre, como siempre que se pierden más de dos millones y medio de votos; toman nota y luego tiran la nota por la ventana de la soberbia. Puro maquillaje. Lo que este modesto articulista no tiene tan claro es el hecho de que una semana después de la debacle electoral del aburguesado establishment político, y con el inquietante crecimiento de la izquierda más allá de la izquierda y la irrupción de grupos de extrema izquierda, el Rey anuncie su abdicación porque ya tocaba, con la de tiempo y mejores ocasiones que ha tenido para hacerlo. Es cierto que se puede decir que la decisión se ha retrasado precisamente para no interferir en las elecciones, pero no es menos cierto que el Rey y la monarquía venían padeciendo desde los últimos años un paulatino e imparable deterioro acrecentado con la crisis, la crisis de valores éticos, la crisis de la corrupción generalizada y la crisis del comportamiento de los partidos políticos.

Pero ahora toca dibujar, con cierta precipitación, sin la mesura del tiempo histórico necesario para su correcta valoración, los casi cuarenta años de reinado de Juan Carlos I en una España que se acostaba en 1975 con el miedo de la noche más larga, y se despertó en 1978 votando una Constitución que le devolvía la mayoría de edad, la plenitud de sus derechos como ciudadanos libres. Y mi primer juicio de valor es positivo, no solo por el importante papel arbitral y de equilibrio que proporcionó la monarquía a un país ayuno de paz y tolerancia que logramos disfrutar hasta que un día alguien recordó que a su abuelo lo mataron y toda España recordó que también tuvo abuelos a los que habían matado. Pero la memoria histórica del reinado de Juan Carlos, con luces y sombras, recordará que proporcionó a España el periodo de convivencia en libertad y democracia más largo de su historia contemporánea.

Pero ahora toca vivir tiempos convulsos, de oportunismo político, y aquellos que nunca se resignaron o aceptaron a regañadientes la transición en paz sin que previamente ellos fueran declarados vencedores históricos, enarbolan de nuevo la bandera de la República, su oposición a la monarquía. Dicen que el ciudadano mayor de edad no debería consentir una Jefatura del Estado que no sea elegida directamente por el pueblo.

Y viene a mi maltrecha memoria histórica recordarle a los británicos, holandeses, belgas, noruegos, suecos o daneses (todos países subdesarrollados, incultos, corruptos impenitentes) que son pueblos menores de edad, súbditos, esclavos de monarquías impuestas. Sin embargo, pueblos como el cubano, el venezolano, el chino, el soviético de antaño, entre otros, gozaron y gozan de jefes de Estado elegidos democráticamente por el pueblo maduro (qué coincidencia) y por eso jamás podrán ser considerados súbditos. Y viene a mi memoria también que la monarquía fue refrendada en la Constitución que mayoritariamente aprobaron los españoles. Como aprobaron en el mismo paquete la existencia de partidos políticos o de sindicatos, o el derecho constitucional a la huelga. Nada de todo eso pasó por otras urnas. ¿Hacemos también un referéndum?

Ahora escucharemos voces que nos hablan de una monarquía salpicada de corrupción, escándalos y privilegios, olvidando que los mayores casos de corrupción se han dado y se siguen dando en partidos y sindicatos. Los privilegios también. Es cierto que el caso Urdangarin y el de la Infanta Cristina -al menos esta última en lo que a ética se refiere- han sido demoledores para la credibilidad y el aprecio ciudadano por la monarquía, pero eso no puede hacer olvidar el fundamental papel que ha jugado a favor de la libertad y la democracia en paz. Los gritos más airados contra la Corona, a favor de la República, vienen de voces tan autorizadas como las de ERC o Bildu, tan favorables a España, a su unidad como una de las naciones más antiguas de Europa. Pero como la unidad de España no les interesa y el Rey la ha defendido rotundamente, la monarquía no les interesa. Y vienen también de las voces de la izquierda más allá de la izquierda y de la extrema izquierda.

Con todos los defectos que tiene la monarquía la prefiero a una República basada en la memoria del pasado, anclada en miles de cuentas históricas pendientes. Nos dicen que no quieren ser súbditos del Rey y muchos de ellos son súbditos de la bandera de la hoz y el martillo que suelen enarbolar, la misma de Stalin y sus decenas de millones de muertos. ¿Y saben una cosa ahora que estamos en crisis?, la monarquía es más barata que la República.

Hace bien el Rey abdicando en su hijo Felipe, ajeno a cualquier tacha de escándalos o corrupción. Hace bien en pasar el testigo a un hombre preparado, responsable y dispuesto a representar una institución que funciona excelentemente en prósperos y democráticos países europeos. Nunca me he sentido súbdito del Rey que ha defendido la democracia y la libertad, la unidad de España. ¿Podemos abdicar de todo eso?