No recuerdo, desde hace quince años, que No es un día cualquiera de RNE haya faltado a su cita ni un solo sábado, ni en invierno ni en verano, salvo que coincidiese con el 1 de enero y la transmisión del Concierto de Año Nuevo. Tampoco recuerdo que Informe semanal saltase de la parrilla así como así, sin tratarse del sábado de Eurovisión, máxime estando ubicado en la medianoche, donde a muy pocos puede molestar. Pero llegó la final de la Champions y arrambló con todo. Con el programa de Pepa Fernández y con el de Jenaro Castro. El 24 de mayo no hubo otra cosa que fútbol, y bien estaría, aunque haya pasado una semana del desaguisado, que alguien llamase al orden.

Los medios de comunicación, prácticamente todos, han perdido el norte. Los públicos, pero también los privados, que nadie puede señalar el comportamiento de TVE (que dedicó al evento su programación de 6 de la tarde a 1 de la madrugada) cuando los informativos de las televisiones privadas exprimían hasta el último de sus minutos conectando en directo con los alrededores del estadio de Lisboa.

Aunque nadie me lo haya pedido, hablo en nombre de todos aquellos que tenemos vida más allá del balón, clamando un poco de cordura. Porque ya no se trata de partidos del siglo. El hábito se ha instalado como costumbre. Y el mes de junio que nos espera, Mundial de Brasil mediante, es como para ponerse a temblar. No estaría de más que cada cual, en frío, revisase sus formas de hacer. Que cada espectador, lector o radioyente recuerde cómo se las gastó, aquella jornada y las precedentes, su televisión, emisora o periódico de cabecera. Y que sacasen conclusiones. La foto de Cristiano Ronaldo en pose de velocirraptor, abdominales en ristre, puede resultar muy editorializante sobre lo grotesco de todo este asunto.