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Y todavía se preguntan por qué ha ganado Pablo Iglesias

Con excelente tino filosófico publicó ayer INFORMACIÓN que algunas entidades bancarias de Elche han cobrado comisión a los integrantes de mesas electorales por los cheques de 62 euros o así que el Estado les había remitido por gestionar la insufrible votación del domingo. Es un asunto importante cuando hemos pasado de un terrorífico escenario de «mileuristas» (era la plaga hace apenas un par de años) a, por lo escuchado, un prometedor edén de «setecientoseuristas» que supongo se convertirá en un éxtasis colectivo de banquetes colectivos en Cáritas en cuanto las reformas comiencen a dar sus frutos. Esa comisión bancaria, una minucia de 3 euros, había provocado resignación en algunos casos, estupor en otros y un saludable «hasta aquí hemos llegado» en los menos. Y se comprende porque cuando me personé en mi mesa electoral a eso de las cinco de la tarde todo el mundo bostezaba, rellenaba crucigramas o juraba en arameo. El entusiasmo por Europa de los españoles es apenas inferior al entusiasmo de los españoles por España, salvo cuando hablamos de la tortilla, del «Gordo» o de Iniesta (es increíble que los partidos constitucionalistas de Cataluña no hayan basado su campaña en estas tres evidencias para neutralizar a Esquerra). Volviendo al escrache comisionista de los 3 euros, la noticia en todo caso es confusa y supongo que ha partido de alguna denuncia individual que ha excitado el ánimo informativo. Entonces puedo imaginar a algún vocal de mesa sin domingo playero pero con sala sudorosa que comprueba al día siguiente cómo la tortura culmina con otro recorte.

Es fácil seguir el itinerario del crimen para ese ciudadano ejemplar que protesta: el cajero le remite al director, el director jefe de zona, el jefe de zona al director general, el director general a Botín, Botín al ordenador y el ordenador a Berlín. Este ciudadano sabe que cada llamada es beneficio para el ordenador, para Botín o para Berlín y se encomienda después tenazmente a alguna de las asociaciones de usuarios que intentan protegernos aunque no reciban entradas para una final de Champions. Como el propio Banco de España no diligencia estas reclamaciones y no hay nada más disuasorio que una Administración oportunamente lenta, es casi milagroso que todas las oficinas de prestamistas respetables del país no estén actuando al alimón bajo el lema «votar nos cuesta dinero». Si han podido tapar sus barrabasadas con fondos públicos gracias al plácet del BOE, ¿por qué tendrían que dejar de comportarse como los dueños del cortijo que garantizan una jubilación rumbosa a sus capataces del Congreso? Hay algo esencialmente obsceno en toda esta comedia que explica los resultados del domingo y no obstante persevera por inercia cada vez menos colectiva. A mí no me molesta particularmente que los banqueros se comporten como las criadas que sisaban un céntimo diario a la señora y se dejaban preñar por el señorito si les convenía; sin embargo, me molesta que quienes fueron elegidos para proteger a los débiles se hayan dejado comprar y presuman cada cuatro años de una falsa preocupación por la sequía, los barracones colegiales o el céntimo sanitario. Han bastado cuarenta y ocho horas para que regresaran al negocio y ahora todo vuelve a ser enroque de casta amenazada, un sálvese quien pueda apenas mitigado por sociólogos a sueldo que todavía creen en los antidisturbios para disolver la marabunta cuando la ira ya ha alcanzado a personas inofensivas hasta hace cinco minutos pero ahora hastiadas de que les robe tres euros un contable encorbatado porque así lo dice un ordenador que tributa en cualquier paraíso fiscal. No son antisitema, ni etarras, ni independentistas, ni mendigos borrachos, ni soñadores ingenuos, ni amantes despechados. Es gente a la que se ha abandonado por un canapé y un trozo de moqueta en una sala VIP. Y todavía se preguntan por qué ha ganado Pablo Iglesias.

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