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Iglesias y los demás

Sólo tres meses de existencia y cinco escaños. Presupuesto para la campaña: 130.000 euros. La agrupación política liderada por Pablo Iglesias, un profesor de 35 años que ha emergido desde la entrañas de la televisión tertulia política tras tertulia se inscribió el 11 de marzo y ha obtenido casi el 8 % de los votos españoles. Carece de organización implantada en los diferentes territorios españoles y su estructura es tan virtual como internet, uno de los puntos de origen de su éxito. Con eso, con el boca a boca y con un ideario en el que se pide la jubilación a los 60 años, la prohibición de los despidos en empresas con beneficios, la paralización de los desahucios o la limitación temporal de los diputados y senadores (y que la mayor parte de los votantes no ha leído), Podemos ha sacudido a la casta de los grandes partidos, ha obtenido 1,2 millones de votos, ha dañado al PSOE, ha anulado a otras agrupaciones que se peleaban por el mismo espacio y ha removido alguna de las raíces de la izquierda tradicional.

Gran parte de la pulsión social que representaban los indignados del 15M se ha puesto a su estela, ignorando a su «verdadero» líder, que era Falciani con el Partido X. Falciani no es televisivo. Iglesias, sí. «El que se adueñe del 15M es un vendedor de crecepelo», dijo Iglesias hace unos días en clara alusión al Partido X. Los mensajes de uno y otro eran análogos. O al menos su recepción entre ese territorio sociológico de desafectos. Pero el de Falciani no ha calado. Tal vez porque no sale tan a menudo en televisión. Algo así ha pasado con el otro televisivo de la jornada, Javier Nart, de Ciudadanos, que ha salido victorioso. Iglesias, además, le ha arrebatado peso electoral a Primavera Europea. En la Comunitat Valenciana ha sacado más votos que Compromís, la madre de esa coalición con Equo.

Iglesias recoge el voto del descontento surgido del volcán económico, que esta vez ha agitado todos los territorios políticas europeos con un ruido espantoso. Una muestra: en Francia han ganado los ultraderechistas, en Grecia son la tercera fuerza. Le ha costado, pero Europa está respondiendo a la crisis como lo hizo durante la Gran Depresión: aflorando los populismos de uno u otro signo. Entonces, los fascismos obtuvieron enormes hegemonías. Si observamos el triunfo de Le Pen o los ascensos de Amanecer Dorado y UKIP quizás contemplemos la misma geografía, hasta ahora silente. Los populismos brotan en todos los ángulos del campo político. Nadie está a salvo. En cuanto se descuida, la izquierda también se rinde a su resplandor.

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