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Jorge Fauró

La almadraba periodística

El New York Times, la marca informativa más prestigiosa del mundo, sinónimo del mejor periodismo escrito que se haya hecho nunca, resulta que para el lector punto cero no representa sino uno más entre el pelotón de cabeceras digitales estadounidenses, rebasado de largo en número de lectores por advenedizos de la información web que han sabido adaptarse a los nuevos formatos de tablets y smartphones y apenas tenido en cuenta como referente para esa masa de consumidores de noticias cuyo primer contacto con la actualidad ya no es la radio ni la televisión, ni mucho menos el papel, sino su potentísimo y pequeño portátil y, sobre todo, un teléfono móvil de apenas 90 dólares. Sólo un tercio de los lectores del diario en papel se dejan caer por la edición digital del rotativo.

Y lo avisa un informe interno del propio periódico, que advierte de que, a pesar de que en su cita matutina con los quioscos de Manhattan se elabora el mejor periodismo en la historia de la casa, factoría incontestable de premios Pulitzer un año tras otro, la versión digital apenas constituye una referencia informativa ante el empuje de nuevas cabeceras creadas ex profeso para el mercado de Internet. Sulzberger vs. Zuckerberg. El periodismo tradicional de calidad aparejado al apellido del editor del NYT frente al empuje de las redes sociales en manos de genios multimillonarios que recién han comenzado a afeitarse.

El memorando, que, entre otras causas atribuye esta disfunción papel/web al ego de los redactores del Times, obsesionados por colocar su firma en la portada mientras miran, no sin cierto desprecio, a la edición 2.0, alojada en un Internet contaminado de bulos, rumores y noticias sin contrastar, ha coincidido en su difusión con la renuncia al cargo de su directora, Jill Abramson, nombrada tres años antes y sustituida ahora por su segundo de a bordo, Dean Bacquet. Detrás de la dimisión, explicada por los expertos norteamericanos en comunicación en un contexto de desavenencias salariales por razones de sexo, falta de entendimiento con la redacción y diferencias con el editor por la gestión administrativa del periódico, subyace la invisible aunque eterna barrera levantada en las redacciones de todo el mundo entre los de arriba y los de abajo; los periodistas y los comerciales; los que consiguen historias fabulosas de las que informar al gran público y los que se ocupan de mantener la cuenta de resultados y velar por que los accionistas mantengan su carné de socio del club de golf. Ambos se atribuyen el éxito empresarial, y en lo alto del muro donde se disputa esa pelea, la edición digital del New York Times pierde comba ante portales 2.0 en manos de hipster y gafapastas que dominan el nuevo lenguaje.

La prensa norteamericana acuñó un símil para describir este escenario de batalla interna como la separación de poderes entre Iglesia y Estado, la parte administrativa y la periodística. El informe del Times avisa de que esta histórica división ha acabado por convertirse en una rémora para el despegue digital del diario, por cuanto es la parte comercial la que entiende que el futuro económico del NYT pasa por su expansión en web y merece, por tanto, el mayor mordisco presupuestario de la partida de inversiones.

No es ésta la posición respaldada por los considerados entre los mejores periodistas del mundo, conjurados para rubricar historias en primera página a la búsqueda del prestigio que otorga el olor a tinta fresca. El primer paso para avanzar posiciones en Internet, sentencia el informe, «debería de ser un empujón deliberado para abandonar nuestra metáfora favorita, la que se refiere al "muro" o a "la separación entre Iglesia y Estado"». Y añade: «Nuestra urgencia es crecer porque los medios digitales son cada vez más visitados, mejor financiados y, de lejos, más innovadores».

Dónde está el negocio

Cualquier cambio en la cúpula del New York Times desencadena un terremoto en el sector de la comunicación porque indica que «algo pasa» en el negocio. A miles de kilómetros de la Quinta Avenida, el mismo día, también abandonó la mancheta la directora de Le Monde, pero la repercusión y los análisis no son comparables.

¿De dónde parte el negocio en el mercado de la información? ¿De la noticia o de los anunciantes? ¿Hay anunciantes porque se cuentan bien las noticias o es el dinero de los patrocinadores el que permite subsistir al periodismo? «Soy una mujer independiente», dijo Abramson, la ya ex directora del primer rotativo del planeta. «La noticia es mi negocio. Si eso implica el riesgo de dañar a la jefatura ejecutiva, que así sea». En un diario que hace del periodismo un sacerdocio hasta el punto de cubrir acontecimientos que cuestionan a sus propios directivos e incluso publicar opiniones contra las decisiones de quien les abona la nómina, no sorprende que la directora se posicionara (de acuerdo con el juramento sagrado del Periodismo) contra la decisión de los administrativos de utilizar artículos patrocinados para su versión digital, prostituyendo de ese modo los sacrosantos principios fundacionales del oficio. Arriba y abajo. Iglesia y Estado. Y ahora también, papel y web.

No parece que la postura de Abramson vaya a generar jurisprudencia en el resto de cabeceras informativas, ya sean grandes o pequeñas. En un escenario de crisis furibunda, las posibilidades de obtener ingresos que ofrecen a los medios tradicionales las nuevas tecnologías de la comunicación son tan inmensas como cachivaches inventen los gigantes mundiales del software, el hardware y la telefonía móvil. Es de esperar que el periodismo en papel sobreviva durante muchos años si es capaz de considerar el mundo digital como un aliado y no como el enemigo a abatir. Se antoja poco probable que el lector de periódicos, el que busca la veracidad y el rigor, acabe informándose exclusivamente a través de su Samsung, pero basta con sentarse en un restaurante y observar las mesas para comprobar que los comensales mantienen durante más tiempo en sus manos el teléfono móvil que el cuchillo o la cuchara. A estas alturas de innovación tecnológica ya se puede decir que en lo relativo al periodismo el mundo digital no es el fin, sino el medio, y el teléfono móvil el escaparate donde vender las noticias que pueden leerse en tiempo real en las ediciones digitales de los diarios. El medio y el fin. En ese aserto se fundamentan las alarmas disparadas por los autores del informe que explica por qué The New York Times no lidera el mercado de la noticia en las pantallas de los ordenadores domésticos.

La información ha pasado por innumerables cambios tecnológicos en los últimos 40 años y no han sido pocos los grandes periodistas que se han quedado por el camino por sus dificultades de adaptación. El reto del profesional no puede limitarse sólo a la gloria onanista de firmar la exclusiva en portada, sino que al mismo tiempo debe ambicionar que entre los millones de posibilidades que ofrece Internet, el lector dedique unos minutos a leerla en su tablet para adentrarse al día siguiente entre las páginas del periódico, empaparse de análisis y opiniones y conocer hasta la última clave de la actualidad.

Hay miles de nuevos lectores dispuestos a dejarse atrapar en las redes de esa almadraba digital. Del móvil al iPad, y de éste al quiosco. Y en ese cruce de caminos, por inverosímil que parezca, anda revuelto el primer periódico del mundo.

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