Hoy se celebran Elecciones Europeas, en esta Europa de Bach, El Greco o Shakespeare; la de Hitler, Franco o Mussolini; la de Churchill, Brandt, Adolfo Suárez; la de París, Lampedusa y Dachau. Y ayer se jugó un partido de fútbol trascendental, como todos, que ha elevado un peldaño más la gloria de la raza hispana; raza bendecida esta semana porque en una corrida de toros, entre el fervor de la ciudadanía, fueron atropellados por nobles animales los tres artísticos matarifes, permaneciendo uno de ellos, para mayor gozo de los auténticos aficionados, en estado grave. Y en estas que se nos muere Ramón Martín Mateo, Don Ramón. Como para meternos otra cuña de preguntas, para decirnos, este hombre que era el único hombre que fue rector en dos universidades, que también hay un patriotismo, posible y deseable, de la cultura y el civismo. Pero que no se hace sólo: hay que quererlo y cultivarlo. Él tuvo a su favor, sin duda, una inteligencia preclara, que se evidenciaba en el humor más fino que he conocido. Pero tuvo que completar eso con años de estudio, con miles de horas de esfuerzo, de dedicación, de ilusión puesta en las cosas de cada día, en el trato humano y en la imaginación crítica vertida sobre la realidad, la más global y la más inmediata.

Nunca he disfrutado tanto presentando un libro como sus «Memorias de un ingeniero social bienhumorado», editado en 2005, -en la Sede, junto al imprescindible José María Perea-: su memorable intervención iluminó el memorable texto, digno de toda recomendación, que expone con soltura, desparpajo y talento una trayectoria vital que explica muchas cosas. Quizá la más importante: la apertura intelectual permanente a toda novedad, para, una vez pasada por el tamiz de la razón para que no deslumbren sus brillos, ordenarla, disciplinarla jurídicamente para ponerla al servicio de la comunidad. De ahí, quizá, el prestigio inmenso de sus manuales o que podamos decir, sin exageración, que fue el padre de los estudios jurídicos sobre medio ambiente en España. Este es el patriotismo civil y bienhumorado al que aludo. Un patriotismo útil.

Una actitud que, por ejemplo, se puso de manifiesto en su oposición clara y rotunda al Plan Rabassa, denunciando sus aspectos más aberrantes. Me honraré ahora en contar cómo recibí, en muchas ocasiones, sus ideas y estímulo moral en conversaciones sobre ese maldito Plan -en su despacho del Departamento de Derecho Administrativo, desde el que se ve el lugar en que se hubiera levantado si la presión social y los jueces no lo hubieran evitado-. Y tampoco me resisto a recordar, emocionado, su apoyo decidido a la PIC -acrónimo que, por cierto, le hacía mucha gracia, hasta provocarle auténticas carcajadas-. Será para algunos un perenne orgullo que en su último libro -«La gallina de los huevos de cemento»- abunden las referencias a la PIC y sea puesta como ejemplo de una asociación cívica en defensa de un urbanismo sostenible.

Muchas son, pues, las razones del desconsuelo. Muchas las causas del sentimiento de orfandad que va a dejar por los pasillos de su Facultad de Derecho. Y mucho más triste y pobre Alicante sin su presencia. Una presencia que la enfermedad redujo en los últimos tiempos, pero que, silente y todo, andaba su camino de ideas, reflexiones y juicios acerados y acertados. Por eso Alicante le debe reconocimiento, el nombramiento como Hijo Adoptivo y, junto con la Universidad, la organización un gran homenaje con su vertiente cívica y académica.

Vuelvo a la lectura y a la presentación de sus memorias y a la cena posterior, con su familia -hablamos, entre otras muchas cosas, bajo el magisterio de Clara, de jardines; y hablamos de la semana santa en tierras de Rioseco-. Vuelvo así al Ramón íntimo, caleidoscópico, que se descompone en una miríada de anécdotas, de pasajes tan humanamente densos como oportunamente recordados, de ejemplos fulminantemente traídos que iluminaban la conversación, de frases de neón, de historias tan vividas que uno deseaba haber estado allí, con ese Ramón que fue muchos, que fue multitud y multitud de anhelos y esperanzas, entre ellas las que le permitieron contribuir, de manera decisiva, a la consolidación y crecimiento de la Universidad de Alicante. Y ahora noto que, a la vez, me sobrepasan los sentimientos y me faltan las palabras. En tiempos romos de abatimientos y rutina el contraste que provoca el vacío que deja se hace mayor. Para el increíble caballero Don Ramón de Villabrágima no reclamo un biógrafo, reclamo un novelista: tal fue su vida, su propia, ilustrada, preciosa, ejemplar invención.