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Un relator de ONU (sea lo que sea un relator y sea lo que sea la ONU) acaba de anunciar que «las dietas pocos saludables son un riesgo para la salud mundial mayor que el tabaco». Significa que si usted ha dejado de fumar, pero toma cortezas de cerdo para combatir el mono, es preferible que regrese al tabaco. Son más perjudiciales las cortezas. ¡Qué bien!, ¿no?, abandonar las cortezas pero acercarse a ese cajón donde escondía, por si acaso, un paquete de Camel. ¡Qué grande, abrir ese paquete despacio, qué bueno llevárselo a las narices, olerlo, qué experiencia, Dios, sacar un par de cigarrillos y encenderlos juntos e ir consumiéndolos juntos, como si fueran uno, como si fueran dos cigarrillos siameses, igual que cuando le sale un huevo con dos yemas!

Disculpen esta apología del tabaco. Si ustedes lo prefieren, puedo hacerla de las cortezas de cerdo. Ahí estamos, atrapados entre un vicio y otro. Siempre entre la espada y la pared (o entre la espalda y la pared, que decía el otro). Es sabido que cuando uno deja de fumar engorda siete u ocho quilos. Pongamos seis, da lo mismo. Engorda porque se le abre el apetito. Lo sabe todo el mundo que ha dejado de fumar en algún momento de su vida. De súbito, descubres la comida. Descubres sabores y olores que habían desaparecido de tu existencia por culpa del tabaco. De repente, te pones a cenar y te metes un fuet entero entre pecho y espalda (o entre la espalda y la pared, ahora no caigo). Un fuet y una barra de pan. Y dos copas de vino. Una cosa exige el sabor de la otra. Cien gramos hoy, otros cien mañana y en dos meses estás listo. Eres un gordo. Entonces te examina un relator de la ONU y te receta un puro.

Hay una alternativa al puro, claro: la comida sana. Verduras, frutas, legumbres, etcétera. Supongamos que alguien que deja de fumar es capaz de saciarse (o de conformarse) con esas nimiedades. Supongamos que no engorda. No importa, enseguida aparecerá otro relator de la ONU que le dirá que es más nociva para la salud la contaminación de su ciudad que las cortezas de cerdo o el tabaco. Es lo de siempre, créanme: vivir mata.

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