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Francisco Esquivel

Del helado a la tortilla

El jefe de cocina de la Moncloa durante más de treinta años, nada más ver entrar a Mariano dijo es hora ya de dejar de jugar con fuego y, por si acaso lo que venía era peor que lo que había, se jubiló. Pero se ve que Julio González Buitrago no se resignó a contar el rastro dejado por los inquilinos y lo ha hecho en un libro. Echando una ojeada, a cuatro -Suárez, Leopoldo, Felipe y Zapatero- se los podía haber ahorrado y, sin embargo, haberse extendido dedicando un tomo más incluso a las cosas de Aznar/Botella.

Cuenta el buen hombre -al que Isabel II le impuso la Royal Victory Medal por cómo atinó con el arsenal de pastas de canela que acompañó al té en la primera visita oficial de un jefe de Estado británico en la historia de España- que, a diferencia del resto de presis, el matrimonio en cuestión obligó al personal de palacio a recibirlo en la puerta de la residencia delante de los medios como si se tratara del séquito de doncellas y mayordomos ante sus reyes. De ahí a los pies encima de la mesa con George muestran a las claras que las formas son su fuerte. En algún viaje también hubo que enviar por avión helado de café de la marca Haägen-Dazs porque Jose tenía que tomarlo por la tarde y por la noche. Pero no nos perdamos a la señora. Dijo que no quería ver más a un cocinero porque había hecho no sé qué con la cebolla, después de repetir hasta la saciedad, en lo que era una obsesión, que «las patatas para una buena tortilla debían estar crujientes pero poco hechas». El relaxing del café con leche en la plaza Mayor, una nimiedad al lado de lo que pasarían aquellas criaturas batiendo huevos en espera de afrontar el reto de dejar las patatas así y asá. Desplegando actitudes de semejante calibre, resulta mucho más inaudito aún que no nos dieran los Juegos. Los juegos fritos, claro.

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