Soy prensa-adicto, y prensa-adicto de la edición impresa. Consciente de que me toca vivir un final de etapa. Constatando, trabajo de campo mediante, cómo esta costumbre se acabará a medida que los de mi generación nos vayamos con la música a otra parte. A menudo visito sendas bibliotecas generales de nuestras dos universidades, la de Alicante y la de Elche, a observar.

En el campus de San Vicente se reciben cada día diez cabeceras, pero en los expositores se extienden también los de la jornada anterior, por lo que los lectores podemos elegir entre una veintena de ejemplares diferentes colgados en el mueble. Para evitar que alguien se lleve alguna que otra página, desde hace años los periódicos se encuentran protegidos por un palitroque metálico con candado que, además de provocar incomodidad en el manejo, el día menos pensado puede sacarnos un ojo: sucederá cuando la pérdida de reflejos o las consecuencias de la artrosis nos jueguen la mala pasada de que el palitroque nos caiga hacia adentro. ¿Pero qué actividad placentera no conlleva riesgo? Lo asumimos con gusto. En el campus de la Universidad Miguel Hernández de Elche se reciben seis periódicos más el Marca. Este matiz conviene señalarlo puesto que de cada diez universitarios que se dignan a acercarse al rincón de la prensa, nueve van derechos hacia el diario deportivo y sólo uno, de soslayo, ojea las páginas de los generalistas.

Los resultados de mi trabajo de campo son desoladores. La semana pasada, la última lectiva, hice guardia una mañana en la biblioteca de la UA desde las 10 hasta las 14 horas. Les prometo que en ese margen de tiempo apenas consultaron prensa una docena de personas, entre jóvenes y adultos. Y ya ni me acuerdo cuándo fue la última vez que vi a un alumno con un diario en su antebrazo.