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Dos conos anaranjados y un par de polis es toda la custodia de la que dispone el presidente de la República uruguaya en el acceso a su casa. «Y sobra», remacha el mandatario que, cincuenta años atrás, fue tupamaro por lo que pasó tres lustros encerrado con períodos de aislamiento que lo empujaron al borde de la demencia. Él dice que traspasó la frontera pero que aquellos periodos de inevitable introspección fueron de lo más fecundo.

Da la impresión de que en el retorno se dio cuenta de que no estaba dispuesto a perder el tiempo en lo accesorio. Lo accesorio, en su caso, son los bienes materiales. El 90 por ciento del salario lo destina a una asociación que acoge a críos de madres sin recursos. Asegura que con lo que cobra la pareja tiene suficiente y que, a través del diez por ciento restante, está creando un fondo para, a su muerte, financiar una escuela en un terreno que existe cerca de un rancho como el suyo, situado en la escala opuesta al de Jotaerre. Ni que decir tiene que José Mujica no reside en el palacio presidencial.

En medio del campo recibe a Évole y a las cámaras dejando caer que el perro que revolotea es lo más fiel del Gobierno. Jordi pregunta si por allí ha pasado algún estadista y, tras conocer que Chaves sí, el conductor del espacio advierte que «Venezuela se ve bajo sospecha en Europa», a lo que viejo luchador responde que sí, que «aquí también nos despierta sospechas... Europa». El tío Pepe ha conducido la tasa de paro hasta el 6 por ciento por lo que, al ser interrogado sobre qué siente que The Economist haya nombrado a Uruguay País del año, Mujica lo acoge con un «¡Cómo andarán los otros!». Para este bicho raro, «el primer requisito de la política es la honradez intelectual. Si no, todo es inútil». De cara a que haya participación el 25-M, lo que no se entiende es que la Junta Electoral permita la emisión de estos programas.

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