Tengo una gran curiosidad por conocer cómo nos comportamos con nuestros móviles y el impacto que tiene esto en las relaciones entre las personas. No me atrevo a calificar, más bien descalificar, a las gentes que se sientan en las terrazas de las cafeterías, restaurantes, etc., por citar algún ejemplo, porque son bien pocas las que no están con su móvil en las manos, ejercitando los dedos como auténticos pianistas. Parece que sus celulares les piden más y más porque los que están tocando las teclitas -por no decir las pelotas con perdón- en ocasiones observas que tienen tal cara de placer y satisfacción que parece que han llegado al clímax. La cara de orgasmo no crean que varía mucho si van solos o hay varias personas reunidas en una mesa. Las conversaciones pasan a un segundo plano, son interactivas con los móviles y las miradas pegadas como ventosas a sus pantallas. No se libra nadie, hasta los protocolariamente vestidos, que a esos las conversaciones también les importan un bledo. Lo importante son las relaciones virtuales y las redes sociales que han pasado a tener prioridad. Esto es como aquél que dijo que tenía miles de amigos en el Facebook y cuando murió, que en paz descanse, a su entierro solo asistió un amigo. Qué paso con todos los que ponían me gusta.

¿Estamos perdiendo el valor de las relaciones sociales presenciales? Como aquel señor que se dirige a su médico para interesarse por su mujer. Cuando le pregunta: ¿Doctor cuál es el estado de mi mujer? El doctor le contesta: no lo sé, no la tengo en Facebook.

Me divierte esta gente. ¿Ya no saben qué hacer para llamar la atención? ¿Es una necesidad o una patología? Estos sucedáneos de personas -perdón por la expresión-, se sustentan en conversaciones con los teléfonos, anulando la importancia de los acompañantes, un acto de grosería y de mala educación sin precedentes.

Esto no es todo, cuando una mesa es ocupada por un feliz matrimonio o pareja, -que ahora no todo el mundo se casa- se unen para pedir la carta. Se miran, consienten con la mirada lo elegido, el camarero toma nota y empieza la acción. El amor subió y subió para unirlos. De pronto suena el móvil en modo vibración y se ilumina la cara de quien lo coge reflejando la expresión de: esto me pone. El móvil se saca rápidamente del bolso y la mirada baja hasta que el camarero traiga la cuenta. Cuando observo estas situaciones me viene a la memoria algo que cantaba Paulina Rubio: «Ni una sola palabra, ni gestos ni miradas apasionadas, ni rastro de los besos... Ni una de las sonrisas». Todo va dedicado al móvil.

Cuando voy por la calle veo muchas personas que cruzan por los pasos de cebra hablando por teléfono, sin deparar en el peligro que esto supone. He llegado a ver hasta a un policía local conduciendo el coche del cuerpo con el móvil pegado a la oreja. Conservo la fotografía que no pude evitar hacer. Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra, porque aquí no se libra ni el último gato.

Este artilugio vive hasta nuestra más estricta intimidad, nos acompaña al baño y hasta en la cama. Para algunos se ha convertido en una herramienta antisexual, porque soportar hacer uso del matrimonio con tu contrario y que se disputen en ocasiones atenderlo, esto frustra las relaciones sexuales. Porque al móvil le hemos dado derecho a prevalecer sobre todo tipo de relaciones.

El «marketing del móvil», que aunque suene a cursi se sustenta en la grosería y la incoherencia de los usuarios. Se han convertido en nuestras agendas, ordenadores o comunicadores hasta el punto de crear dependencia y no poder salir de casa si no lo llevas encima.

El móvil marca diferencias. El estatus de mayores, de adolescentes se manifiesta por el móvil. No pondremos en duda que es un buen medio para comunicarnos con nuestros hijos, pero frente a las ventajas, habrá que ponderar en la balanza las desventajas que no son pocas. A los menores el uso habitual del móvil puede provocarles problemas de sueño, como informaron en su momento los investigadores de la Academia de Sahigren en Gotemburgo, además de un estrés constante. A los padres toca asumir el pago, como responsables de los menores, cuantiosas facturas por descargas de música o juegos, facturas que son bastante usuales. El peligro que para nuestros jóvenes supone el mal uso de los teléfonos móviles. Las fotografías que circulan de adolescentes desnudos o en poses eróticas que navegan por sus mensajes para convertirse en auténticas citas y en ocasiones en delitos de acoso.

El móvil es un elemento fundamental en nuestra civilización contemporánea con un alto contenido de información de la intimidad y a su vez en una herramienta perturbadora de las relaciones interpersonales. Ya no sabemos vivir sin él.