Hace ya tiempo que los informadores y opinadores decidieron que existía una clase política. Sea. También habrá, pues, que convenir que existe una clase periodística a la que, al menos, hay que reconocer un gran poder de intuición, algo que, quizá con sobrados motivos, se niega a los políticos. La intuición de la clase periodística ha decidido que las Europeas no interesa a la ciudadanía, así que la información anda menguada con lo que la participación tendrá algo de profecía autocumplida. Insisto: casi seguro que los periodistas, como casi siempre, y a ver quién es el guapo que dice otra cosa, tienen razón. La única duda que me queda es qué pasaría si los medios dedicaran a las Elecciones, no sé qué decir, un 10% de lo que ofrendan al fútbol o a Belén Esteban o Kiko Rivera, o un 1% de lo que se consagra a las reinas de las fiestas locales, tan queridas. Y hecho el lamento me dedicaré a parlotear de cosas innecesarias. De política, Dios me perdone.

Los candidatos y principales líderes no están afónicos. Este es el mejor resumen que se me ocurre. El otro hecho incontrastable es que, por primera vez desde 1977, el PSOE, a estas alturas de campaña, aún no ha apelado al voto útil: sabe que es inútil. Por lo demás el PP está más distante que un marciano, que le duele la mandíbula de intentar no cometer errores. Así que la cosa la han reducido, los bipartidistas dinásticos, a un mirar con aprensión a los antisistema que les comen las orejas -todos somos antisistema, si no somos ellos- y a dilucidar cómo pueden demostrar que no son iguales. La cosa tiene su aquél. En la Edad Media podía pedírsele perfectamente a alguien que demostrara que no estaba endemoniado, por ejemplo, lo que, reconozcámoslo, era difícil. Pues estos han asumido el reto y ahí se pasan el día. Es entretenido ver las fintas, regates y meteduras de pata en que se abisman.

Con ese espíritu asisto al prodigioso debate televisivo. Saqué la conclusión de que Cañete y Valenciano, y viceversa, disponen de suficiente anatomía y fisiología para respirar, hacer circular la sangre por sus venas y esas cosas. A Valenciano, incluso, le vi con ganas de indignarse ante alguna injusticia: no lo consiguió, pero casi; mas no me ensañaré, porque eso te sale o no te sale, y una vida política rutinaria es lo que tiene: sólo te acabas indignando con compañeros de partido. Cañete no se indigna, que no es de esa especie, que basta verle la distancia y estupefacción que muestra cuando se le quiere manchar el pensamiento con la existencia de pobres y otras malas noticias; pero sabe leer. Les reconozco a ambos el oficio. De hecho, por más que miré, no conseguí ver la mano que les movía: parecían, a veces, seres vivos, y el ventrílocuo lo hizo francamente bien. Lo que no entiendo es que se hagan encuestas sobre quién estuvo mejor: la irrealidad no soporta estos juegos; es como preguntar si es mejor santo San Bernardo de Corleone o San Juan Pablo II, o qué hace la UA publicando un libro sobre los restos mortales de sor Úrsula Morata, o si el obispo de Alcalá sueña con homosexuales todas las noches o sólo las de ayuno y abstinencia; son cosas que se evaden de lo existente y deambulan por la metafísica pura. Me temo que el debate lo ganó la abstención porque, desde luego, si un dubitativo lo vio, tuvo que pensar que su reino no es de este mundo. También es posible que cosecharan algunos votos los antisistema, los que no soportan más el eco de este eco, este murmullo infinito sobre lo que fue pero no fue, sobre lo que pudo ser y no llegó a ser, sobre el recorte de la herencia y la herencia del recorte.

Pero no son iguales. No. Siempre he estado convencido de ello, de verdad. Incluso algún día trataré de explicarlo en un artículo, ya que el PSOE, gran empeñado en el asunto, no acierta a encontrar ni ratos ni palabras para tan ingente tarea, obstinado en aludir a diferencias cuantitativas y no cualitativas. En todo caso en el debate me convencieron de que no son iguales cuando ninguno tuvo ganas de hablar de corrupción. Y eso que hasta los periodistas coinciden con el CIS en que es la segunda preocupación de la clase española. Y ahí se hubiera visto que el PSOE no es lo mismo que el PP en la Comunidad Valenciana, igual que el PP no es lo mismo que el PSOE en Andalucía, por decir un decir. Silencio en la noche, ya todo está en calma. También hubiera sido entretenido ver a Cañete defender a IU en Extremadura y a Valenciano en Andalucía. Yo creo que el PSOE se equivocó, que en cada encuesta, cuando se airea eso de Bárcenas y demás patulea, el PP baja. Pero, ya se sabe, el lema de este PSOE tan sobrado es que, con tal de no perder ningún voto, mejor perder elecciones.

Y luego va Felipe González y dice lo que dice. Y Rita Barberá le jalea si es para que Compromís no le quite el sillón. Un escalofrío recorre el PSPV, pobrets meus, que es lo que les faltaba. Y una pléyade socialista invade la red y los exiguos mítines para decir: A) No somos iguales que el PP. B) Felipe de mi vida habló hipotéticamente: «en caso de necesidad». Me quedo absolutamente tranquilo: esto no será Alemania, aunque para el PSOE puede llegar a ser Grecia. Lo que nadie aclara es cuáles serían Tamañas Necesidades. Creo que bastaría con el peligro de que otros partidos de izquierda quisieran influir en el PSOE para cambiar la ley electoral o algunas cosas de la Constitución o los acuerdos con la Santa Sede o la magnífica relación con la banca para que la Extraordinaria Necesidad se verificara. Me atrevo a avanzar que sería muy bienvenido un Gobierno presidido por un tal Cotino, con González Márquez de ministro de Energía, González Pons de Verdades y Selección Nacional de Fútbol, Leire Pajín de Benidorm y Ángel Franco como embajador en Ucrania.

Puestas así las cosas me da pudor hablar otra vez de la expulsión de Mónica Oltra. No toca aquí, no pega. Es que Mónica es de verdad.