Gobernar es elegir. El arte de mandar se reduce básicamente a tener varias opciones sobre la mesa y a tomar la decisión definitiva sobre cuál será la escogida para convertirse en una realidad. Tras 14 años de abandono y olvido, el gobierno municipal de Alcoy ha decidido sobre el destino final de la manzana de Rodes, anunciando que la vieja fundición ya en estado de ruina se convertirá en el futuro en el gran museo de la industria alcoyana.

Esta elección supone el descarte de las diferentes propuestas que se habían barajado para este conjunto fabril: el auditorio y centro de congresos de la época de Sanus, la difusa área comercial con parking planteada tímidamente por el PP y el plan para convertir la zona en un parque empresarial para empresas tecnológicas impulsado por Compromís y asumido por el tripartito cuando todavía era el tripartito. Nos hallamos ante una verdadera declaración de principios, en la que el dúo PSOE/EU renuncia a dedicar este inmueble municipal a usos relacionados con la promoción industrial de la ciudad, optando claramente por jugarse esta importante carta en la apuesta turística.

En caso de prosperar la propuesta municipal, estaríamos ante el octavo museo existente en Alcoy. A estos centros habría que añadirles, además, una pequeña lista de instalaciones, que de una forma u otra están llamadas a jugar un papel museístico en el futuro: desde el Centre d'Art de la antigua CAM, al infrautilizado ecocentro de la Font Roja, pasando por la antigua capilla del asilo y sin olvidar la posibilidad de que algún día, alguien consiga rehabilitar las viejas fábricas del Molinar y hacerlas visitables. Si a esto le sumamos el Centro Cultural con sus áreas de exposiciones, nos queda una ciudad de 60.000 habitantes con una oferta museística digna de algún récord Guinness, cuyo funcionamiento exigiría un caudal continuo de inversiones millonarias.

A falta de mejores ideas, los sucesivos gobiernos alcoyanos han convertido el pasado en el único instrumento para buscar vías de desarrollo para el futuro. Aunque el turismo sigue siendo un sector balbuceante y lleno de lagunas, las corporaciones municipales insisten en esta línea de acción, cuyo resultado más espectacular es la continua apertura de nuevos museos, realizada de una forma desordenada y sin ningún plan estratégico previo. El gran museo de la pintura alcoyana ni está ni se le espera y por lo que parece, se ha descartado definitivamente la posibilidad de ubicar el museo de la industria en su sitio natural: la zona del Molinar.

Mientras las iniciativas de promoción industrial avanzan a paso de tortuga (o simplemente no avanzan), las actuaciones en materia de infraestructura turística funcionan a todo ritmo. El anuncio de la instalación del museo de la industria en la manzana de Rodes es otro avance importante en esta dinámica, impulsada por unos gobiernos que parecen haber renunciado para siempre al pedigrí industrial de esta ciudad. El éxito de experiencias como la de AITEX y la del CEEI, con la recuperación de edificios singulares como elementos dinamizadores de la economía, parece no haber servido para nada; ya que, con la insuficiente excepción del espacio Ágora, nadie ha hecho ni el más mínimo movimiento para repetir este tipo de operaciones en otros escenarios.

Por su ubicación estratégica y por sus características físicas, la zona de Rodes habría sido un magnífico escenario para un complejo dedicado a albergar pequeñas empresas tecnológicas, al estilo de los que vienen funcionando con éxito en viejas fábricas de Barcelona o del País Vasco. Era evidentemente un proyecto muy complicado, ya que además de las tareas de rehabilitación del edificio, exigía un esfuerzo suplementario de captación, de promoción y de gestión.

Sin embargo, sus hipotéticas aportaciones a la reactivación del tejido económico alcoyano eran infinitamente superiores a las que pueden venir de una nueva instalación museística destinada únicamente a atraer turistas. La diferencia entre ambas opciones es grande; la misma que existe entre las políticas activas de desarrollo económico y la práctica del cómodo y estéril ejercicio de sentarse a verlas venir.