Los jugadores del Atlético de Madrid deberían saltar al campo sin camiseta, porque cada uno de sus encuentros parece una secuela de 300. La revuelta de la modestia frente a la aristocracia enjoyada de los persas, madridistas o barcelonistas. Predestinados por otra parte a sucumbir con honor. De hecho, Alexis debió decidir la Liga en la primera media hora, con un gol irrepetible. Sobre todo para él. Sin embargo, los asiáticos -iraníes o qataríes, qué más da- se preocuparon más de perfumarse que de bregar, por lo que entregaron el Campeonato.

El espejismo de la supervivencia de los atléticos espartanos fue alimentado por el admirable Lahoz, al sacarle tarjeta a Piqué en el minuto cinco. Es un árbitro con forofos, porque no se deja influir por el divismo de las estrellas. Sin embargo, un guionista cinematográfico no diagramaría nunca la muerte del protagonista en el primer cuarto de hora de película.

Soy agnóstico de Diego Costa, porque nunca juega bien cuando yo veo el partido. Sin embargo, su caída en el minuto 14 no era baja sino bajón, a falta de saber si tranquilizaba culpablemente con más fuerza a los barcelonistas de ayer o a los madridistas del próximo sábado. La desgracia se completaba con el desplome de Arda Turan. La eliminación prematura cuestiona la eficacia de las oraciones prodigadas por el devoto turco antes de empezar el partido, o da la razón a Santa Teresa cuando decía que «más lágrimas se derraman por las plegarias atendidas que por las desatendidas».

Diego Costa y Turan no fueron desarbolados ayer, sino por el sobreesfuerzo de los 37 partidos anteriores. Enfrente, el Barça imperial insistió en su pasión por hacerlo todo, lo bueno y lo malo. En su traslado de la poesía de Guardiola a la prosa del Tata, ha doblado la longitud de los pases. Se empeña en que sus delantero bajitos rematen de cabeza, Pedro en el minuto 25. Los eruditos disertan sobre el paseante Messi, anulado incluso en los goles que obtiene. Mi propuesta teórica es mucho más sanchopancesca. Si el portero rival se llama Courtois, no te conviene que el tuyo sea Pinto. Ya en el minuto once, el caótico guardameta se abstrajo del barullo circundante para mirar al cielo implorando la ayuda divina. Tampoco pudo ser. La divinidad estaba ayer muy concentrada disfrutando del partido, para responder a las solicitudes además contradictorias de los contendientes. El empate era difícil de atajar para cualquier guardameta, imposible para Pinto.

En positivo, el Atlético se basaba en la resurrección de Villa, con un palo de aviso en la reanudación. La justicia quiso que otro Diego, Godín, lograra el empate triunfal. El Atlético ganó la Liga con un partido de más. El Barça volvió a regalar ayer el torneo que ya había cedido antes con reiteración. Fue humillado por partida doble, estéril en casa frente a un conjunto diezmado. La afición azulgrana no deseaba íntimamente un título que entorpece su anhelo de catarsis. Los tres candidatos han hecho lo imposible por perder el Campeonato, concedido por exclusión. Al igual que en las Termópilas, la península entera se ha alineado sucesivamente a favor de los 300, ayer en su mitad madridista y el sábado en la barcelonista. Los náufragos atléticos están a la altura, un equipo para echarse a temblar.