Entre el 22 y el 25 de mayo (el 25 en España), 400 millones de ciudadanos europeos con derecho a voto, de los 27 países miembros de la Unión Europea, estamos llamados a las Elecciones al Parlamento Europeo (751 diputados, 54 de ellos españoles).

Las anteriores elecciones europeas se celebraron en plena crisis económica mundial, crisis que ha puesto en cuestión la forma de organizar la vida económica y social, así como la orientación ética de nuestra sociedad, afectando gravemente a la vida de las personas, hasta el punto de que, en lo que se refiere a España y según el informe FOESSA «Análisis y perspectivas 2014», se evidencia un escenario social de pobreza creciente y derechos menguantes.

En aquellas elecciones existía cierta unanimidad en que para evitar crisis parecidas eran precisos cambios y se apuntaban: la supresión de los paraísos fiscales, la regulación de los salarios máximos (al igual que se regula el salario mínimo), la valoración del ahorro por encima del consumo, el control público de la economía y las finanzas. Necesidad de cambio que fue expresada por Benedicto XVI (Caritas in veritate 21) al decir: «la crisis nos obliga a revisar nuestro camino, a darnos nuevas reglas y a encontrar nuevas formas de compromiso, a apoyarnos en las experiencias positivas y a rechazar las negativas. De este modo, la crisis se convierte en ocasión de discernir y proyectar de un modo nuevo».

Sin embargo, los cambios que se han impulsado lo han sido en la línea de recortar derechos sociales (sanidad, educación, dependencia,€) y de introducir reformas drásticas en materia de legislación laboral hasta el punto de dejar indefensa a la clase trabajadora. No hace falta cargar esta reflexión con datos por todos conocidos (copago, recortes en becas, desatención dependientes, €); pero son datos que están ahí y que por mucho que, interesadamente, se nos quiera hacer creer que estamos en camino de salir de la crisis, lo cierto es que lo único que se intuye es que tal salida nos llevará a estar muy por detrás de cómo estábamos antes. De ahí que la ciudadanía perciba que estamos retrocediendo porque se está gestionando en la dirección equivocada.

Lo peor de toda esta situación es que estas políticas restrictivas se vinculan a instituciones y organismos de la Unión Europea, impuestas por la acción conjunta de tres organismos multilaterales conocidos como la Troika (el FMI, el Banco Central Europeo y la Comisión Europea), que en realidad suponen un ataque a derechos reconocidos en la Carta Social Europea. Por eso corremos el grave riesgo de que la participación en estas elecciones sea baja, lo que, como militantes obreros cristianos debemos esforzarnos en combatir, pues:

1º.- Nos guste o no, la mayoría de las decisiones que nos afectan (nuestro modelo social, nuestros servicios, nuestra economía) se toman en el ámbito de la Unión Europea. Mejor participar que dejar que otros lo hagan por nosotros.

2º.- A pesar de sus sombras, el proceso de construcción europea sigue aportando cosas positivas: los fondos de cohesión, la mejora de infraestructuras, ayudas (educación, salud, protección del medio ambiente,€), además del progreso económico y consolidación y reconocimiento de derechos sociales.

3º.- El nuevo Parlamento Europeo tendrá importantes competencias con respecto a la Comisión Europea (aprobar quiénes serán sus miembros, elección del Presidente, control de la Comisión con la posibilidad de su destitución mediante moción de censura).

4º.- Sigue siendo una meta necesaria la construcción de Europa como espacio de integración política y económica, de justicia social, de promoción del desarrollo integral y de la paz, de referencia mundial.

De ahí que debamos prestar atención a todo lo que pueda significar avance o retroceso en la defensa de los derechos de las personas, de la justicia social y de los valores que humanizan nuestro modelo social, no tolerando:

1.- Políticas que profundicen en las desigualdades, los recortes, la desregularización del mercado laboral, o el sometimiento a los dictados de los poderes financieros. En el fondo de estas políticas subyacen «ideologías que defienden la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera» (Francisco I, La Alegría del Evangelio 56).

2.- Que Europa se obsesione con la seguridad, convirtiéndose en una fortaleza inexpugnable en la que solo se admite la circulación de capitales y en cuyas puertas se ahogan las víctimas que huyen de la pobreza y de la guerra.

3.- Que a costa de derechos sociales, el mercado lo domine todo y que solo interesen los resultados macroeconómicos: «ya no podemos confiar en las fuerzas ciegas y en la mano invisible del mercado. El crecimiento en equidad exige algo más que el crecimiento económico, aunque lo supone, requiere decisiones, programas, mecanismos y procesos específicamente orientados a una mejor distribución del ingreso, a una creación de fuentes de trabajo, a una promoción integral de los pobres que supere el mero asistencialismo. Estoy lejos de proponer un populismo irresponsable, pero la economía ya no puede recurrir a remedios que son un nuevo veneno, como cuando se pretende aumentar la rentabilidad reduciendo el mercado laboral y creando así nuevos excluidos» (Francisco I, La Alegría del Evangelio 204).