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Fernando Ull

Una idea de Europa

Ante la cercanía de las elecciones al Parlamento Europeo vuelve a hablarse de la creciente indiferencia con que los europeos se ocupan cada cinco años de una campaña electoral que debería ser uno de los debates más importantes sobre lo que hemos llamado la construcción europea. Pero a pesar de la trascendencia que las instituciones europeas quieren dar a estas elecciones, y aunque los principales partidos políticos españoles hacen continuas llamadas a la ciudadanía sobre la importancia de acudir a las urnas el próximo 25 de mayo, la realidad es que el ámbito político europeo ha alcanzado la cima del pasotismo social, habiéndose convertido la Unión Europea, al menos para los españoles, en una sombra, en el hueco dejado por la ausencia de la esencia de aquello que debería haber sido el hilo conductor de Europa: la cohesión y la solidaridad en el origen de la unión de las naciones de Europa, convertido ahora en una quimera que nadie se cree, en uno de esos tópicos que pasan de una generación a otra y que Gustave Flaubert llamó las ideas recibidas.

Desde la primigenia idea de Ortega y Gasset de una supranación europea, recogida en su obra La rebelión de las masas pero sobre todo en su tardía Meditación de Europa, que el filósofo español utilizó para reflexionar sobre la necesidad, para evitar la confrontación entre países, de unos Estados unidos de Europa, se ha avanzado mucho en la unión económica y política pero no tanto en la democracia que debe regir las instituciones europeas, es decir, en que sean los ciudadanos de Europa los que tengan, en definitiva, la última palabra en aquellas cuestiones que afectan de manera más directa a sus vidas y que, no hace falta recordar, uno de sus aspectos fundamentales debe referirse a la gestión de la economía. Pensaba Ortega que el problema de España pasaba por su europeización; para poder acabar con ese retraso crónico respecto de Europa que al principio del siglo XX se cebaba con España, la monarquía y las clases dominantes que ejercían el caciquismo debían dejar paso a la democracia y al modo de ser de Europa.

Habría que recordar, tal y como dicen las encuestas de intención de voto, que a la hora de explicar el previsible ninguneo de los españoles a las próximas elecciones europeas sería decisivo la lejanía con que las instituciones de Europa son vistas y la aparente inutilidad de su normativa al abordar solución de los problemas más cercanos. Si bien Europa, como decía antes, ha avanzado en la unión monetaria y política, la inexistencia de una democracia real sobre las que los ciudadanos puedan influir se fue debilitando a partir del Tratado de Maastricht (1992) que fijó determinadas cuestiones económicas que no podían ser modificadas y que supuso el primer paso de una construcción europea que ha sabido ser aprovechada por políticos elegidos por los Estados para dirigir determinados ámbitos de la Unión que aplican a rajatabla los manuales de economía de los partidarios del ultraliberalismo económico. ¿Debería tener el Banco Central Europeo una composición electiva habida cuenta la importancia que sus decisiones tienen para los europeos? ¿Qué influencia tienen los mercados financieros y sus grupos de presión sobre los dirigentes económicos que no son elegidos por los ciudadanos? También habría que tener en cuenta que la capacidad del Parlamento europeo en cuanto a la toma de decisiones que de verdad importan a los europeos que conozcan y sigan el trabajo que lleva a cabo es casi testimonial. Los eurobonos o la actuación de la Troika queda al margen del Parlamento y por tanto también de aquello que entendemos por democracia indirecta. ¿Deben votar los ciudadanos la composición de un Parlamento que no es capaz de decidir sobre el futuro económico de sus vidas?

Las pocas voces que a lo largo de los últimos años advirtieron sobre el riesgo de esta paulatina independencia de determinados responsables económicos europeos fueron tachados de antieuropeístas. Es necesaria una profundización en la Unión Europea, en su unión bancaria y política pero al mismo tiempo deben tenerse en cuenta los principios fundamentales de la Constitución Europea en orden a la solidaridad entre Estados que necesariamente resulta incompatible con esa idea liberal, tan extendida a otros ámbitos, que se resume en que cada uno, cada Estado pero también cada ciudadano, se resuelva sus problemas por sí mismos sin que los demás deban ayudarle.

Mientras los partidos políticos y los dirigentes europeos no hagan regresar la democracia plena a todas las instituciones europeas y a todos sus órganos los ciudadanos continuarán alejándose poco a poco del Parlamento europeo, único ámbito de actuación europeo donde la democracia se ejerce de manera clara.

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