Celebramos este año las dos décadas del declarado día internacional de la familia por Naciones Unidas. Un buen momento para reflexionar sobre un par de aspectos que pueden ser interesantes.

El primero es el papel del padre en la familia, un papel que no está de moda. Se suele decir como frase elogiosa que «madre no hay más que una». Y muchos añaden? «porque ser padre lo es cualquiera». Una coletilla que lleva implícito un claro menosprecio, justificado en la frecuente renuncia de muchos hombres, en tiempos no lejanos, a implicarse en la educación de los hijos y en la vida de familia.

A eso añadimos que incluso hoy, dentro de nuestra sociedad, hay una corriente de pensamiento en la que el papel del padre es papel mojado, casi sin relevancia. Vivimos en una época en la que, como consecuencia de toda la lucha por la emancipación de la mujer, las políticas se han centrado casi exclusivamente en ella, en una discriminación positiva que ha dejado en penumbra la función del padre.

Pues bien, resulta que cada vez más las propias mujeres empiezan a percibir la necesidad de reclamar también políticas que reconozcan nuestro papel de padres a los hombres. Si la paternidad se desvirtúa, sale perdiendo la sociedad, la mujer también. Y así, paradójicamente, nos encontramos con que una de las mejores defensas de la mujer y su maternidad es una política que potencie una paternidad que se redescubra y se redefina, mirando sin complejos su masculinidad y los valores naturales que aporta a la vida familiar.

El libro de María Calvo Padres destronados (2014) es un ejemplo de esto. Esta mujer y madre intenta responder a la retirada del hombre de su papel como padre. Parte del hecho de que actualmente hay más padres implicados, con mayor asistencia paterna a las reuniones en los colegios, y que cada vez más hombres piden permiso de paternidad o jornadas partidas para poder disfrutar de sus hijos. La autora sostiene que: «La mujer tiene que comprender que la ideología de género, que nos ha hecho muchísimo daño en la relación de pareja y en la relación familiar, es falsa. Cuando partimos de que hay una identidad entre los sexos y les pedimos a nuestros maridos que actúen como si fueran mujeres, les generamos frustración y desencanto. Los tratamos como si fueran mujeres defectuosas, madres defectuosas y no padres. Pero su forma de actuar es distinta. Un ejemplo: muchas veces las madres bañamos a nuestros bebés con caricias, con aceites, con música de fondo y estamos dos horas con el baño. El padre, en cambio, sumerge al bebé en el agua tres segundos, le pasa la esponja en un minuto, y ya está. A pesar de esa aparente brusquedad, el niño está bien lavado, bien querido. Por eso, censurarles, tacharles de inútiles en tareas que ellos hacen a su manera, es un arma arrojadiza, porque acaba perjudicándonos a nosotras».

Con agudeza señala que «en nuestra cultura, la intimidad y el sentimiento "verdadero" vienen definidos como femeninos. Reina la idea roussoniana de que la dirección y el consejo paterno impiden el correcto crecimiento corporal y anímico del niño. El padre solo es valorado y aceptado en la medida en que sea una especie de "segunda madre"; papel este exigido en muchas ocasiones por las propias mujeres que les recriminan no cuidar, atender o entender a los niños exactamente como ellas lo hacen».

Tengo que confesar que estas líneas, escritas por una mujer, me han hecho reflexionar. A veces los padres de hoy nos encontramos confusos respecto al papel que tenemos en casa: cualquier elevación del tono de voz puede ser calificada de autoritarismo, cualquier manifestación de masculinidad es interpretada como un ejercicio de violencia intolerable, el intento de imponer alguna norma como cabeza de familia te puede llevar a ser tachado de tirano o maltratador. Sentimos la autoridad como un lastre y su ejercicio nos genera «mala conciencia».

En este ambiente intentamos sobrevivir toda una generación de padres que no sabemos muy bien cómo desenvolvernos en una sociedad que nos obliga a ocultar nuestra masculinidad y que no nos permite disfrutar de nuestra paternidad. Y así ocurre que muchos padres se esfuerzan por «ser más femeninos; quedándose al margen de la crianza y educación de los hijos; convirtiéndose en espectadores benévolos y silenciosos de la relación madre-hijo; refugiándose en el trabajo, donde encuentran mayor comprensión y valoración que en el ámbito familiar», continúa la autora.

Es fundamental que los padres se involucren en las actividades diarias de los hijos. Los niños son más propensos a confiar en su padre y madre buscando su apoyo emocional cuando ambos están implicados e interesados en su vida. Si los padres/madres actuamos así, los hijos tendrán, con afectividad, normas claras, prohibiciones razonadas y razonables, y límites a su comportamiento, algo que se echa en falta a raudales en nuestros niños y jóvenes.

El segundo aspecto sobre el que quería reflexionar en esta efemérides es la necesidad de preservar el núcleo que generó una nueva familia. Es un buen momento para redescubrir tantas y tantas cosas en la pareja que van quedando en el recuerdo con el paso del tiempo, olvidadas por el agobio del trabajo, la rutina que nos invade y el cansancio de la crianza de los hijos.

En mi caso personal debo decir que ella, la madre de mis cinco hijos, fue mi mejor amiga primero, con la que compartí confianzas e ilusiones; mi esposa después, con un proyecto que era de los dos; y ahora, y espero que por mucho tiempo, mi compañera.

No nos olvidemos de que el origen de nuestra familia somos nosotros. Porque por encima del afecto a nuestros hijos, es en nuestro matrimonio donde prima el amor que nos damos recíprocamente como pareja. Cuando pasan los años te percatas de que los hijos han llegado para irse de nuestro lado, antes o después, aunque hoy en día es más bien después, como se pueden imaginar, eso sí muy bien preparados. Es ley de vida, que me decía mi padre. Les dedicamos nuestros mejores años para que ellos, a su vez, llegado el momento, dediquen lo mejor de su vida a sus propios chicos, a su propio proyecto de vida.

Es por ello por lo que necesitamos tener nuestro espacio como pareja, como esposos, otra palabra que hay que redescubrir. Todo lo que no se cuida, se pierde. Y los hijos terminarán por partir. Nos hemos casado con nuestro marido/mujer, no con nuestros hijos y no pueden convertirse estos en la disculpa para no atender, como se debiera, a quien inició contigo un proyecto común.

Me gustaría terminar este artículo con unas palabras que este pasado sábado me añadió un poeta alicantino, Juan Manuel Martínez, padre de cuatros hijos, al manifiesto que leímos el pasado sábado en la avenida de Federico Soto, con motivo de este día internacional de la familia:

«La familia no se define, se vive. / No se explica, se sabe./ No se manipula, se apoya./ No se la engaña, se la ama./ Es la memoria del pasado,/ el gozoso presente por el que luchar,/ el futuro esperanzado de la sociedad,/ el amor real en medio de nosotros./ Seamos familia, cada vez más familia».