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Juan R. Gil

Una reflexión sobre Cataluña

De la mano de José Luis Ferris y Jorge Hurtado, el Instituto de Cultura Juan Gil-Albert lleva varios años programando una serie de ciclos de conferencias, mesas redondas y conversaciones caracterizados por el interés y la actualidad de sus propuestas de debate, la total falta de sectarismo en la elección de los ponentes y el clima de respeto y libertad en que se desarrolla cada acto, merced a la complicidad entre público e intervinientes.

El pasado viernes tuve el placer de compartir mesa con Enric Juliana, director adjunto de La Vanguardia, responsable de su delegación en Madrid, autor de varios ensayos sobre la vida política nacional en los que la profundidad no está reñida con la ironía y periodista de largas pero fecundas reflexiones que tienen mucho que ver, tal como él explicó, con el esquema mental del que le dotó el haber sido corresponsal en el extranjero y acostumbrarse por ello a contemplar con cierta distancia las cosas, y también con su confesada admiración por una de las sentencias que escuchó en boca del italiano Andreotti: «Todo es más complejo».

Sin duda, el momento álgido de la noche llegó cuando el concejal del Ayuntamiento de Alicante Carlos Castillo aprovechó la presencia de Juliana para pedirle un análisis de lo que está ocurriendo entre Cataluña y el resto de España. Quienes sigan los artículos que cada domingo publica Juliana en La Vanguardia conocen la visión que, de lo que ha dado en llamarse el problema catalán tiene quien, como él, vive en primera fila, y desde las dos orillas, los acontecimientos. Pero, aunque pueda resultar atípico, no me resisto a resumir aquí algunas de sus aportaciones para aquellos que no conocen sus escritos ni pudieron escucharle el viernes en el Auditorio de la Diputación, porque me parece que contribuyen a entender mejor el laberinto en el que estamos. Todo lo que a continuación viene es cosecha de Juliana. Si no lo entrecomillo es porque, obviamente, cito de memoria. Y si hay alguna traición respecto a lo que se expuso, es culpa del transcriptor.

A la independencia por la protesta. Las encuestas canónicas, entendidas éstas por las del CIS, reflejan reiteradamente el estado de hondo malestar de la sociedad española. Y, sin embargo, en la mayor parte de España ese malestar no cristaliza en ningún partido-protesta. La extrema derecha crece imparable en Francia y en otros países importantes de la UE. El Partido Antieuropeo, que ni siquiera tiene representación en el Parlamento británico, puede ser una de las tres fuerzas políticas más relevantes del Reino Unido, si no la triunfadora, en las próximas elecciones europeas. En España no es así. Es previsible que los dos grandes partidos, el PP y el PSOE, sufran un fuerte castigo por parte del electorado el próximo 25 de mayo. Pero las formaciones que aquí podrían aprovechar ese profundo malestar social no crecen lo suficiente: ni Izquierda Unida, ni UPyD ni la alianza en la que se inscribe Compromís recogen ese enfado de la población en la medida en que cabría prever. Sin embargo, ese mismo malestar sí ha encontrado una forma de cristalizar en Cataluña: la reivindicación independentista. No sólo es la historia y la cultura. La historia y la cultura propias de Cataluña son la base sobre la que ahora se ha conformado un movimiento de rechazo al estado de cosas en que vivimos, que en el resto de España no ha encontrado ningún elemento aglutinador. Es (y esto ya es cosecha propia, no de Juliana) como si todo el país estuviera gritando «Porco governo!», pero sólo una parte de él, Cataluña, hubiera creído encontrar la solución: «Ens n'anem!».

¿Qué sectores sociales forman la punta de lanza de ese movimiento? Los que se sienten más perjudicados por la crisis, al mismo tiempo que son actores nuevos en el panorama político catalán: los pequeños y medianos empresarios, cuyo mercado principal hace tiempo que dejó de ser España; los profesionales liberales y los altos ejecutivos catalanes de multinacionales; los funcionarios, una clase poco nutrida históricamente en Cataluña pero que ha crecido exponencialmente con la autonomía; y por último, los votantes más jóvenes, entre los que más fácilmente cala el mensaje de que España es culpable de su precariedad, aunque sea igual que la de los jóvenes del resto del país. Son sectores muy dinámicos. Y vale la pena reparar en el caso de los pequeños y medianos empresarios, porque se da la paradoja de que mientras la industria catalana ha dejado de depender del mercado nacional para su supervivencia, los dos únicos bancos de verdad nacionales en estos momentos en España son los catalanes -La Caixa y el Sabadell-, puesto que el Santander y el BBVA, por citar a los dos gigantes, tienen ya la mayor parte de su negocio en el extranjero. O sea que, en términos estrictamente de demanda, Cataluña tiene la menor dependencia de España de su historia, mientras que en términos financieros España es su mercado casi exclusivo.

Incógnitas. No son, pues, determinadas formaciones políticas las que están marcando el paso del soberanismo, sino que es un movimiento de protesta e indignación, que viene de atrás pero que resulta definitivamente espoleado por la crisis, el que ha encontrado en una reivindicación histórica el pegamento social necesario y el que desborda las previsiones Diada tras Diada. Pero Juliana advertía de que hay que reparar en el momento político exacto en el que estamos. Y ese no es todavía el de la independencia, sino el de la exigencia del derecho a votar, a decidir. Una cosa es reclamar ese derecho y otra distinta ejercerlo en el sentido de romper con España. Sabemos que más del 70% de la población catalana está a favor de un referéndum, pero no hay datos claros sobre cuál sería el resultado del mismo.

Siendo esa la situación, se abren múltiples incógnitas a corto plazo. A sólo dos domingos vista. Si la primera y la más firme de las reivindicaciones catalanas es el derecho a votar, el día 25 hay una convocatoria a las urnas. Es evidente que se trata de un proceso electoral que no tiene nada que ver directamente con el independentismo, pero sería plausible pensar que para los catalanes estas elecciones europeas pueden constituir un primer peldaño para expresar de forma rotunda, papeleta en mano, su malestar y sus aspiraciones. Bien. Entonces, ¿qué lectura habrá que hacer si, lejos de eso, la abstención es tan elevada o más en Cataluña que en el resto de España el día 25? Indudablemente, si eso ocurriera las formaciones que capitalizan políticamente el sentimiento soberanista tendrían que repensar su estrategia, mientras que Rajoy lograría una oportunidad para hacer algo efectivo por serenar la situación. Pero también Rajoy puede encontrarse otro escenario más endemoniado: el de que el PSOE entre en un proceso agudo de descomposición interna y lucha por las primarias si su resultado es especialmente negativo y que, al mismo tiempo, en Cataluña sí se vote por encima del resto y los electores conviertan a Esquerra Republicana en el primer partido. Sin un partido nacional sólido en la oposición que le apoye y con los independentistas como fuerza dominante en Cataluña, en septiembre Rajoy puede enfrentarse a una Diada que desestabilice por completo el país.

Arrogancia vs vanidad. Y luego está la pulsión y el carácter. Lo imaginable y lo posible. Juliana lo decía: el problema es que en Cataluña es imaginable la independencia. No es imaginable en Asturias, por seguir el ejemplo que él mismo puso, pero por historia, cultura e incluso situación geográfica, sí lo es en Cataluña. Y entonces salta enseguida la frase de «algún día habrá que probar, ¿no?». Y esa frase, que conecta con la parte emocional del cerebro; con el deseo por encima de la razón, tiene una fuerza poderosísima si se la deja correr de boca en boca. Y está el carácter de los dos nacionalismos: el español y el catalán. Sostiene Juliana que quien mejor le resumió la situación fue un embajador, que le subrayó que en este caso se enfrentaban la arrogancia y la vanidad. La arrogancia españolista y la vanidad catalanista. O sea, que todo es más complejo, ya lo decía Andreotti.

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