Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Bartolomé Pérez Gálvez

Los niños de las llaves

Leo los últimos resultados de los informes de rendimiento escolar que acaba de publicar el Ministerio de Educación. Seguimos a la cola de España aunque no siempre estuvimos ahí. A la vista de los datos parece que vivimos momentos mejores, pese a que tengamos que hacer memoria para recordarlos. En lo que va de siglo -que ya es un rato- hemos pasado de tener la octava mejor tasa de alumnos que finalizan la Educación Secundaria Obligatoria (ESO), a ser los peorcitos del país. El octavo puesto nunca ha merecido nada especial, más allá de un diploma olímpico, pero permite pasar desapercibido sin destacar ni por arriba ni por abajo. Ahora bien, ser los últimos de la fila ¡en fin! dice mucho respecto al funcionamiento del sistema educativo valenciano. Y lo que, como resultado, debería preocuparnos aún más es el oscuro futuro que les espera a estos jóvenes sin formación. Las carencias de su preparación académica les dificultarán encontrar un hueco en el, cada vez más competitivo y deshumanizado, mercado laboral.

Los datos no dan razón alguna para la esperanza, más bien al contrario. Sólo el 63% de los escolares valencianos que tienen la edad para obtener el graduado de Educación Secundaria, lo consigue. El resto, o suspenden el último curso o aún andan por el camino. Vaya, que son repetidores o abandonan. Como promedio nacional, un histórico 75.1% nunca antes alcanzado -nosotros sí lo rozamos hace algunos años- y que evidencia que en el resto del país no andan tan mal.

En justa reciprocidad, si atribuimos a la Conselleria de Educación el fracaso en la ESO, también deberíamos concederle el éxito de la mejoría obtenida a lo largo de los años. Porque no todo es tan negativo. Por citar un ejemplo, la tasa de alumnos que obtenían el Bachillerato en 1995 no admite comparación con la del último curso escolar, por mala que ésta sea. En las postrimerías del último gobierno socialista en esta Comunidad, apenas el 32% de los alumnos concluía el Bachillerato a la edad correspondiente; actualmente, el 47% alcanza este nivel que, no olvidemos, no es de matrícula obligada y al que muchos no acceden por haber abandonado antes los estudios. Lo dicho, ni los políticos son tan malos, ni tampoco tan buenos. Es evidente que existen otros factores, al margen de la actuación del departamento gubernativo de turno.

La consolidación del fracaso escolar obliga a mirar más allá de la propia escuela. Por supuesto que el modelo no parece ser el mejor, pero parece una visión muy simplista creer que todo se debe a esto. Como ejemplo, me pregunto hasta qué punto estará afectando la crianza actual en el rendimiento académico. Recuerdo ese concepto de los «niños de las llaves», modo en que los anglosajones denominan a los mocosos de entre 5 y 13 años, que al acabar las clases regresan a un hogar vacío, en el que no les espera nadie. Ellos les llaman «latchkey kids» y son esos pequeños que no disfrutan de supervisión alguna por parte de sus padres, o ésta es mínima. Hace ya algunos años me lo comentaba Antonio Redondo, colega y excelente pediatra, ciertamente preocupado por lo que se nos venía encima. Y advertía que íbamos a pagar una factura muy elevada por ese abandono. Tengo la impresión de que acertó de pleno.

Nos echamos las manos a la cabeza al ver los datos del fracaso escolar y quizás el inicio del problema esté, cuando menos en parte, fuera del ámbito físico de la propia escuela. No se trata de que los jóvenes actuales sean más tontos, ni que los maestros tengan menor capacidad pedagógica. Es más, creo que la situación es justo la contraria. Pero la realidad es que el fracaso escolar, en etapas tan tempranas como la ESO, afecta a cuatro de cada diez alumnos. Digo yo que algo tendrá que ver este modo de educar en el que todos tenemos un rol que desempeñar, que ya está bien de disparar balones fuera. Al fin y al cabo, nos estamos jugando su futuro pero también, egoístamente hablando, el nuestro. Y, tratándose de nuestros hijos, sobran memeces.

Desconocemos si realmente retornan a casa y, cuando así lo hacen, cuánto esfuerzo dedican a las tareas propias del estudio. Ojo, pues: no falla el educador, sino el educando y quienes deben supervisar su trabajo. Pero, además, los resultados de múltiples análisis apuntan hacia que estos «niños de las llaves» no tienen un desarrollo madurativo igual que el de la mayoría de sus iguales. Remitiéndonos a rigurosas investigaciones, es evidente una íntima asociación entre la falta de supervisión de los menores a la salida del colegio y distintos problemas de conducta e, incluso, físicos.

Aunque la obligada necesidad de cuidarse a si mismos, a edades todavía muy tempranas, puede desarrollar efectos positivos como la autosuficiencia o una mayor facilidad de adaptación, también presentan una mayor frecuencia de conductas problemáticas. Un reciente estudio ha evidenciado que cuando los niños dejan de estar supervisados durante dos o más horas al día, se incrementa la probabilidad de aparición de conductas agresivas y delictivas. Existe igualmente una tendencia hacia la integración en pandillas callejeras, al consumo de alcohol, tabaco y otras drogas, y a las relaciones sexuales precoces. Como para que luego se vuelvan locos buscando explicaciones que justifiquen el bullying, los botellones -¡510 carros recogidos en Santa Faz!- o el ciber-acoso, cuando no la barbarie y el vandalismo.

¿Razones? No hay que ser un experto para aventurarlas. El autor de la teoría del apego, John Bowlby, describía un estilo de crianza que caracteriza a los niños que crecen en ausencia de sus padres: el evitativo, que se manifiesta en adultos inseguros, con serias dificultades para establecer vínculos personales íntimos y duraderos. No es cuestión de ser apocalíptico pero, visto lo visto, el fracaso escolar no deja de ser una manifestación más de un modo de educar a nuestros hijos e hijas cada vez más complejo y, en consecuencia, deteriorado. Tiene narices que, siendo una función intrínseca a nuestra naturaleza animal -que no ya humana-, no haya programa electoral alguno que materialice la ayuda para cubrir esta necesidad básica.

Algo habrá que hacer para adaptar la crianza a las exigencias actuales de la vida. Desconozco a cuál de los múltiples departamentos, administraciones, o cuerpos legislativos puede corresponder la tarea, pero se me antoja mucho más prioritaria que la discusión bizantina de si contigo o conmigo hubo más paro, o si Cataluña es o deja de ser una nación. Mientras nos enfrascamos en dialécticas tan estériles, vamos llorando los dramas diarios que no dejan de ser el fruto de nuestra pasividad. Hay momentos en que uno piensa ¡qué diablos me importan esos otros temas!

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats