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Manuel Alcaraz

La legitimidad de Cotino y la resistencia de Oltra

«Si no eres señor de ti mismo, aunque seas poderoso,

me causa pena y risa tu señorío».

(San Josemaría Escrivá de Balaguer. «Camino». Punto 295)

Les animo a que vean la grabación del conflicto que este jueves condujo a la expulsión -no acatada- de Mónica Oltra, de Compromís, de la sesión de les Corts Valencianes. A ser posible hay que ver una versión larga, en la que se aprecia lo que es costumbre sistemática de la bancada popular: insultar, desmerecer, cortar y distraer a los representantes de la oposición cuando están interviniendo. O, como es el caso ayer, ultrajar a los más débiles -el jueves: a los pobres- desviándose por anécdotas centradas en ataques personales; ellos, tan exquisitos cuando se han ido revelando sus planificadas corrupciones. Hay un instante, en la confusión del momento, en que brilla todo un símbolo del fondo de la cuestión. Desde las filas de Compromís se le dice al president Cotino que no tiene legitimidad, en esas circunstancias, para amonestar o castigar a Oltra. Cotino trata de defenderse diciendo que sí está «legitimado»? pero no consigue decirlo, demasiado larga la palabra para un cultivador de caquis, al parecer; entonces trata de decir que tiene «legitimidad»? pero tampoco acierta y acaba por proferir un palabro que no existe ni en castellano-español eterno ni en valenciano-no tripartit. Ahí, justo ahí, perdió la batalla.

Y es que cualquier lector de textos jurídico-políticos sabe que existe una legitimidad de origen que viene marcada por la elección de un cargo según normas legales prefijadas, y eso nadie se lo disputa a Cotino. Pero también hay una legitimidad de ejercicio, la que se gana día a día o se pierde jornada a jornada por parte del elegido. Y de ésta, ay, Cotino va bastante escaso. Por no decir vacío, absolutamente vacío: intelectual, política y moralmente. Alguien que aparece en una cuantas ensaladas de corruptelas, que no es capaz de dedicarse a su altísima magistratura en régimen de dedicación exclusiva, que deja que el Parlamento valenciano entre en coma por inanición y que de manera permanente aplica un doble rasero a su partido y a la oposición, tenía que acabar en esto. A ello hay que sumar el delirante debate forzado por el PP en la sesión anterior, en la que el portavoz Bellver entró directamente a desterrar a la izquierda de su «valencianía» y a acusarla, sin matices ni inteligencia, de todos los males posibles, cuando sabemos bastante bien quién ha ido destrozando metódicamente la fibra material y ética de nuestro pueblo. Parece, pues, que en esta estrategia Cotino -con el apoyo de sutiles alabarderos como Barberá-, estaba dispuesto a liarla parda y «a no consentir la provocación». Es decir: a provocar hasta que la izquierda demostrara que son almogávares bajados de las montañas del norte a degollar a los buenos cristianos.

Diríase que lo logró. Pero no lo logró. La maniobra pasaba por una amenaza, por una cierta humillación en público que acabara con disculpas que dejaran claro quién manda aquí: el PP de misa diaria y de especulación urbanística. Oltra desmontó la cosa al negarse a abandonar el salón de plenos. No a todo el mundo le ha gustado esto. Por supuesto. ¡Qué más quisiéramos los valencianos decentes que los indecentes nos dejaran en paz, incluso para poder debatir en el Parlamento! Y ya veremos ahora la pulsión autoritaria hasta dónde lleva la sanción. Pero antes que consideraciones jurídicas quiero citar a un autor muy interesante, Ermanno Vitale, profesor italiano de Ciencia Política, que se ha dedicado a reflexionar sobre si en los sistemas constitucionales democráticos se pueden producir situaciones en las que es preciso invocar la «resistencia» a favor de la Constitución -y no contra la Constitución-. Y la respuesta es que sí: no sólo es posible si no también imprescindible, a veces. Y lo es porque «todavía no se ha exorcizado del todo el riesgo de la tiranía de la mayoría», encontrándonos con escenarios en los que representantes de esa mayoría, legítimos, actúan de manera que atentan contra los valores que encabezan y justifican la norma constitucional. En este caso quien resiste no pretende «romper la baraja», sino poner en evidencia a «quien se sienta a jugar con la fraudulenta intención de paralizar o forzar las reglas de la democracia constitucional». (Ver: VITALE, E. Defenderse del poder. Por una resistencia constitucional. Trotta, Madrid, 2012. Pags. 26 y 34). El caso de Oltra es paradigmático, pues invocó razones integrables en el complejo de principios democrático-constitucionales y estatutarios, no rehuyó la sanción y, permaneciendo en su escaño, dotó de prestigio simbólico a la institución: cuando algunos no quieren largos periodos de sesiones porque sirven para controlar al Consell, ella afirmó la voluntad de hacer de la Cámara la barrera contra los desafueros.

Diga lo que diga Cotino o algún acólito, o manifieste la extrema prudencia de otros representantes de la izquierda valenciana, esta particular retirada al Aventino no sería posible ni creíble si la degradación de la sustancia política aquí no viniera de lejos, si el PP hubiera permitido airear las instituciones en vez de alquilarlas a los mejores -o peores- postores o reservárselas para sus cuchipandas.

No me gusta que Mónica Oltra haya tenido que hacer esto. Me gusta que lo haya hecho. Porque ya está bien.

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