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¡Cambiad ya esas ridículas bases!

Cae la noche y no amanece en París porque estamos en San Vicente del Raspeig. La misma es aprovechada por algún trasnochado para erigirse en lobo para otro ser humano mientras controla la mesa que sirve para hacer la inscripción y participar en el Baile del Farol. Baile que pone punto y final a las fiestas de este pueblo en honor a su santo. Porque San Vicente, por esas cosas de la caspa y de la grima, no dejará nunca de ser un pueblo donde no termina de amanecer. Que no es poco.

Toca la banda. La noto cansada -a su director hasta los bemoles, nunca mejor dicho- a no ser por un clarinete desmelenado que intenta poner brío a una noche que se antoja desangelada. La sociedad musical, a pesar de su nombre, la Esperanza, no entra en calor hasta que unos rollitos y un poco de mistela calientan sus gargantas y afila sus morros tentando las boquillas con más precisión. Ahora el «do» suena como de pecho pero el público sigue sin aplaudir.

Y hablando de pechos. A los pies del grupo musical, cerca de la escalerilla que sube hacia el entarimado donde están los músicos, bailan dos muchachas agitando vehementemente sus mantones de Manila. Mano a mano. Dos mujeres. Parecen poseídas pero en realidad han sido desposeídas: no les han dejado participar en el baile porque las bases del mismo establecen que dos mujeres no son pareja para tal fin. Se necesita un hombre y una mujer: eso es una pareja. Como Dios manda. Esas son las bases y lo que se salga de ahí queda neutralizado. Suena un mambo, bravo por el clarinete, y por los demás, qué rico el mambo. Ambas mujeres siguen posesas, poseídas, «pos» eso.

Y todos bailan y disfrutan a pocos metros de las mismas y en la tranquilidad de cumplir, al menos de aparentar, con lo establecido, que viene de establo. Es una gloria tener todas las características que dictan las bases. Es la única forma de ir tranquilo y de bailar por este pueblo sin temor al dedo vigilante y excluyente. Y todas las velas se van apagando. Y nadie se entera de lo ocurrido. El hecho se ha disimulado mucho. Es como si en una «mascletá» te dieran por donde la espalda pierde su buen nombre porque estás mirando para arriba y a nadie, excepto a ti, le interesan los bajos. Unos pocos nos enteramos y ardimos como un petardo.

En ese momento te cabreas, te das media vuelta y dejas hasta al clarinete, verdadera razón por la que has ido porque el que lo toca es tu hijo, y porque también tu hija está bailando con su maromo y su farol a cuestas. Dos estatuas, con el farol tres. Lo digo por lo escultural de sus movimientos. Y no te da tiempo a llamarla en voz alta y pedirle, conociendo sus principios, que se salga de los círculos viciosos. Uno es el que sigue el recorrido alrededor de la fuente por la que discurre el baile. Y el otro, casposo, atrabiliario, inconstitucional, antidemocrático, injusto, homófobo y sexista en el que se desarrolla la acción de haber excluido a dos mujeres en su intento por normalizar su elección, su vida y sus derechos. Caspa pura y dura en un pueblo que tardara en dejar de serlo.

No sabemos si el homófobo nace o se hace pero tal cualidad no debería impedir que otros ejerciesen sus derechos. Las células del hígado y las del cerebro no necesitan enamorarse para vivir en perfecta armonía como tampoco se necesita que unas bases elaboradas por ciudadanos conformados por células hepáticas simplemente, y fundamentadas en su «normalidad sexual» y en su ideología, emanen tanto sexismo y homofobia e impidan acceder a un baile público cuando desde antaño se han visto mujeres y hombres bailando entre ellos en cualquier fiesta de cualquier pueblo o ciudad.

Estos hechos solo son agudos recordatorios de lo lento que para algunos cambian las disposiciones sociales y legales y de la distorsión consciente que discrimina a los demás sometiéndoles al plegamiento que separa lo normal legislado y su propia moral. Pero tal subyugación no es inevitable. Ideas como el papel adecuado y el lugar natural carecen de sentido y no pueden servir de razón para restringir la libertad alimentando cultos ideológicos resistentes a la crítica, al devenir social, legal y festero y propenso a dogmatizar convirtiendo a la naturaleza en una especie de estrategia política de quienes, por ley, están obligados a respetar las elecciones sexuales de cualquier hijo o hija de vecino.

Señores hacedores de bases ¡cambien ustedes las de ese concurso, son ridículas! A ver si crecemos de una vez. Y a la banda de música ¡más mistela, por favor! Por un poner.

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