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Aventureros

Supongo que muchos de ustedes quedarían, como yo, extasiados y exhaustos solo con leer las peripecias que «Cocúa» Ripoll narra en su empeño de alcanzar la Antártida tras partir del Club de Regatas en torno a las Navidades de 2012. El hecho de no poder completar la odisea y de quedarse a tiro de piedra -nada menos que en la novelada isla del Fin del Mundo donde han debido producirse más naufragios que en tierra firme desde 2008- logra que el impacto por afrontar ese desafío descomunal sea aún mayor que si la cuadrilla que acompañaba al navegante alicantino hubiera alcanzado su objetivo inicial. Al no poder continuar la ruta prevista porque la meteorología era una locura, Cocúa relata cómo enfilaron por el otro lado del canal de Beagle hacia Puerto Williams para, desde ese punto, poner rumbo hacia el archipiélago del Cabo de Hornos. Tras sentirse amenazados por los fuertes temporales que azotan la zona y que les obligaron a resguardarse entre las múltiples caletas y a sujetarse en árboles y rocas echando anclas y cadenas, los tripulantes cuentan que se quedaron prendados ante el sol radiante y el viento en calma total que se respiraba en Hornos y entonces fue cuando yo también vi la luz. Ahora sabemos por qué Rajoy hizo mención a uno de los lugares más recónditos del mapa para argumentar que lo peor ha pasado: porque donde hace bueno es allí, sitio del que él no debe andar muy lejos. Cocúa se ha quedado en el Río de la Plata hasta decantarse por el siguiente destino. La buena noticia para el intrépido marinero es que está a salvo, por aquí seguimos zozobrando. Unos más que otros pero, en general, no llega la camisa al cuerpo. Al levantarse se inicia la aventura. Otro Ripoll, por ejemplo, se daría con un canto en los dientes si, para seguir con su travesía, no le hacen salir del Puerto.

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