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... ¡Y cien!

Buenos días!. Son las cuatro de la madrugada y, como parece que a esta hora es cuando más ganas tengo de escribir -no quiero decir que esté más inspirado, sino que no puedo dormir-, conecto el portátil y empiezo a desparramar letras y palabras sobre lo que viene siendo un folio virtual -¡qué cosas!- en el ordenador. Miro la carpeta/archivo donde las guardo todas y veo que ésta será la tribuna número cien -siempre las enumero-, pero me doy cuenta de que no sé de qué escribir y a estas horas ya empiezo a comerme la cabeza. ¡Empezamos temprano a no saber qué hacer, pariente; empezamos temprano y todavía queda mucho día por delante!. Dejo pasar unos minutos y, después de releer los títulos de algunas de las tribunas sigo mirando las musarañas y, como dicen los chavales, comiendo techo, porque no se me ocurre nada; pero nada, nada. Estoy cansado de escribir sobre la vida -si es que eso es vida- en el palacete del marquesado de Arneva. Estoy asqueao del protagonismo de nuestros desgobernantes, que anteponen sus cuestiones -casi siempre «tontás»- a los intereses del pueblo. Estoy harto de que en Oleza se hayan perdido cuatro años en los tiempos que corren y con lo que hay por hacer para poner en valor a una ciudad que se quedó en el siglo XIX. Me doy cuenta de que aquí, «en tu pueblo y en el mío», se está más pendiente de lo que hacen otros que de uno mismo; de que el deporte por excelencia es la envidia y el critiqueo; de que la gente está más pendiente de la paja del ojo del vecino que de la viga en el propio; de que la mayoría de mis cien primeras tribunas -espero tener cuerda para, por lo menos, cien más- tratan de lo mismo. ¿Soy monotemático?. En estas cien semanas, me he dado cuenta de que en este pueblo se tiene un mal concepto de lo que yo llamo humor inglés, en el que la sátira, la crítica ácida, el sarcasmo y el reírse de uno mismo es fundamental para tirar «palante» y tratar asuntos importantes sin darles tanta relevancia, aunque no por ello hay que encerrarlos, como suele hacerse en Oleza, bajo siete llaves como si no existieran y pensando que se resolverán solos.

Alguna vez alguien me dijo que le gusta más cuando escribo desde el corazón, dejando de lado asuntos que, no por tratarlos más, son más trascendentales. Dicen que en el fondo -aunque no sé si tengo fondo- soy un sentimental y que por eso las tribunas que no tienen nada que ver con la política me salen mejor y gustan más. En estas cien últimas semanas me ha pasado de todo, desde pedir ayuda profesional para tratar mis episodios de ansiedad hasta escribir cartas a mi padre o a mi hermana para comunicarle -al primero- que su equipo -y el mío- había vuelto a la máxima categoría 25 años después o pedirle -a la segunda- que despertase pronto del mal sueño que la llevó a un puto quirófano. Y en esas cien semanas no me olvidé de la gente que quise y quiero, de Carmen, mi Carmen, a la que dediqué muchas tribunas; muchas no, todas, porque siempre he dicho que escribo por y para ella, porque lo necesito, porque cuando escribo la tengo a mi lado; siempre. Y le escribí a Jesús, un chaval al que apenas conozco y que, sin embargo, me cae bien, sin pasarse. He escrito contra las drogas y sobre «los locales de alta intensidad»; sobre el coraje de quien da un paso importante para labrarse un futuro desde la Universidad. He escrito de muchas de las tonterías que he hecho en mi vida, como por ejemplo ser un Peter Pan que no quiere crecer, para lo que utilicé un lenguaje y una jerga juvenil creyéndome el protagonista de momentos intensos y esperanzadores. ¡Mi vida es mía y con ella hago lo que me da la gana, siempre que no moleste!. Eso pensaba, pero resulta que, al parecer, molesto a más gente de lo que creía; nunca he pretendido molestar, aunque, por ejemplo, puse de los nervios a mi propia comparsa cuando referencié públicamente el traje de media gala. Una de las cosas que más me ha dolido en estas cien últimas semanas es que se me haya acusado de desestabilizar, de generar malos rollos; tampoco lo he pretendido, pero parece que lo he hecho. ¡Perdón por ello!.

Y no quiero terminar sin hacerme eco de lo que mucha gente me ha pedido por la calle en este tiempo, que diga quienes son mis personajes. Todo surgió tomando un quintico en el Trocadero. Allí, un amigo y yo, pensamos que, para poner la nota graciosa a las tribunas, Morgana (la bruja buena) sería Antonia Moreno; Bad Boy (el niño malo), Mancebo; la Princesa, Mónica; la «licenciada», Pepa Ferrando, Joaninasi o «el barriguero», López-Bas; Shreck (grande, verde y bonachón), Guillén; Caroline Grace, Carolina Gracia; don Picudo, Manolo Culiáñez o que «the doctor» fuese Gallud. Dicho esto, os emplazo para la tribuna 200; ¡si es que llego!. Es mejor reírse de uno mismo que no de los demás; yo me reía contigo, no de ti. ¡Y cien!.

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