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Cambio de registro

Los sociólogos, siempre a atentos a la coyuntura para proyectar sus hipótesis, no paran de anunciar que nos introducimos de lleno en la era de la gobernanza global, un término muy extendido con el que se quiere anunciar que estamos a las puertas de una forma de gobierno de las sociedades que no está necesariamente vinculada al concepto de Derecho al que estamos habituados.

La época del privilegio del Derecho como forma de ordenar la sociedad y de resolver sus conflictos, se dice, estaría llegando a su fin. Y ciertamente, la realidad que estamos viviendo parece avalar este punto de vista. Las Constituciones, por ejemplo, erigidas como la forma jurídica más desarrollada en Occidente para la garantía de los derechos, el control del poder político y la regulación de los espacios de convivencia, estarían siendo superadas, desechadas -incluso arrasadas se podría decir- por la dinámica globalizadora. Tantos ejemplos se pueden mencionar al respecto, entre ellos el que afecta clamorosamente a España, que no vale la pena insistir en ello.

De manera que, no pudiendo confiar en los anclajes constitucionales, que no obstante ofrecían algunas certezas, lo que se nos anuncia es que tenemos por delante la tarea de construir un sistema de gobierno de alcance global, a lo que se denomina, precisamente, «gobernanza», un término que ha alcanzado un estatus respetable, sobre todo en Europa y en los EE UU.

Sucede, sin embargo, que hay distintas maneras de entender el significado del término: para algunos, la «gobernanza» no sería más que el conjunto de instrumentos de gobierno que se necesitan para acompañar y facilitar el momento capitalista-financiero de la globalización. En otras palabras: la gobernanza consistiría en acoplar las instituciones de los estados y reducir los espacios residuales del derecho existente para permitir el desenvolvimiento sin trabas del capital a lo largo y ancho del planeta. Este planteamiento, que es el que por ahora parece tener éxito, pasaría por acabar con las resistencias locales (por ejemplo, el poder de los parlamentos, siempre díscolos e imprevisibles), apoyarse en las reglas del mercado bajo el control de la iniciativa privada y la publicidad, así como en algunas instituciones (como el poder judicial) que aseguren la fluidez y la seguridad del funcionamiento de la dinámica económica.

Por otra parte están los que consideran que la globalización, en efecto, está alterando radicalmente la manera de gobernar los antaño estados nacionales y que se necesitan nuevas maneras de abordar el proceso, si lo que se pretende es mantener los fundamentos democráticos y el respeto de determinados principios (como son los derechos fundamentales). Desde este punto de vista, se admite que los supuestos actuales de organización en red de las sociedades, la transnacionalización de las culturas, la caída de las relaciones jerárquicas y de toda autoridad no justificada, requieren instrumentos de gobierno capaces de adaptarse a las complejas interacciones de la sociedad global. La gobernanza en este sentido supone reconocer no solo las limitaciones de los estados existentes para actuar en el medio global, sino también de las instituciones surgidas a la luz del Derecho Internacional, como Naciones Unidas, solícita de una amplia y profunda reforma, así como de los foros e instituciones surgidas para llenar el vacío dejado por la política exterior del Estado (FMI, OMC, diferentes «G». etc.).

En ambas perspectivas, sin embargo, no se llega a conclusiones nítidas, más allá de proponer los principios generales -demasiado generales- que deben presidir la gobernanza global, tales como los de participación, transparencia, rendición de cuentas, eficacia y coherencia, o el imperativo del funcionamiento en red.

Cuando vemos como se derrumban los muros del Derecho ante el huracán globalizador, tendemos a pensar que estos instrumentos funcionales de gobernanza están aquí para quedarse en buena hora; pero si reparamos en el vacío que dejan los instrumentos depurados del derecho que se han construido durante siglos, tal vez lleguemos a la conclusión de que esa pérdida pasará factura.

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