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Lo que se juega en Europa

Por mucho que nos distraigan con candidatos y candidaturas, articuladas como material para consumo interno, lo que está en juego en las próximas elecciones europeas es fácil de vislumbrar.

Europa ha cambiado de rumbo en los últimos años, en la medida en que se ha extendido la incertidumbre globalizadora. De ser un modelo de convivencia basado en el estado de derecho y la democracia social, sobre la que se superpone un esquema débil e incompleto de gobierno, Europa se ha convertido en una confusa masa de países dominada por un hegemón, Alemania.

El compromiso social que estaba en el ADN de Europa ha dejado paso a un modelo neoliberal con acento renano que se presenta como la única opción económica-social frente a la globalización. No importa que dicha política lleve a la discriminación entre estados, a la deflación tal vez, al aumento de la desigualdad social, a una política que agranda la brecha entre ricos y pobres, que destruye a la clase media y que arroja al desempleo a millones de personas: lo verdaderamente sorprendente es que pase por ser la única opción posible, y que encuentre personas tan ingenuas como para creérselo.

En este sentido, la derecha española no presenta programa alguno que no sea continuar como hasta ahora, a las órdenes del hegemón, con la esperanza de que pequeños milagros cotidianos hagan posible afianzar lo que llaman recuperación, que no es más que una ilusión con la que se disponen a distraernos las próximas décadas.

El problema es calibrar las bazas con que cuentan las posibles alternativas a este modelo, dado que en ese ámbito lo que predomina es la división. Respecto a la socialdemocracia, la corriente política que acompañó la construcción de la UE desde sus inicios, el problema que presenta es la escasa diferenciación que ofrece respecto al modelo neoliberal, que tal parece que, en algunos aspectos, se siente confortable en él. Pero, por otra parte, la socialdemocracia, si no quiere ser arrastrada a la inoperancia, tiene que reaccionar y desarrollar propuestas que permitan un cambio de rumbo ante la nefasta orientación que ha tomado Europa. Su gran baza es que, siendo un partido del sistema, puede presentar reformas que permitan abrir más espacios a la democracia y a políticas de crecimiento, sostenibilidad e igualdad, tan necesarias para que el motor de Europa no se gripe.

Entre estos dos polos y, en parte, al margen de ellos, se sitúa una miríada de opciones, partidos y movimientos, la mayoría de las cuales tratan de reaccionar ante las miserias y contradicciones que trae consigo el momento que vive Europa.

Por un lado están las opciones de izquierda que se oponen a la actual UE (y al euro) y que plantean un cambio radical de modelo, sintiéndose portavoces del malestar de la ciudadanía: ésta es precisamente su baza más importante; pero tienen en contra el hecho de que están lejos de ser fuerzas que puedan condicionar o influir en la política institucional europea.

Por otra parte están las opciones populistas, ultranacionalistas y xenófobas que se nutren también del malestar existente. Su influencia, aunque creciente, no condicionará seriamente la política europea, por más que proporcionen motivos y temáticas para que la derecha europea se haga aún más conservadora.

Luego hay un espacio amplísimo de personas, unos ciento cincuenta millones en la UE, que por diversos motivos ni se ve concernida por las elecciones ni piensa participar en ellas. Calibrar lo que esto significa no es tarea sencilla. En cualquier caso, no parece que sea bueno; y menos aún que, como sucede en España, entre unos y otros se hurte a la ciudadanía un verdadero debate sobre lo que está en juego. Que es mucho.

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