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¿Existe la Justicia o somos justicieros?

Hay una maldición gitana que dice: «Juicios tengas y los ganes». «Líbrenos Dios -decía el magistrado que me daba clase de Derecho Penal- de juez de entrada y de patada de mula manchega». «La justicia es un cachondeo», dijo hace años un alcalde de Jerez, nacionalista populista que ha quedado en nada y que fue condenado por tal afirmación.

La justicia, a la gente de la calle, al común de los mortales, le causa sarpullidos. Mucho más ahora que por decir buenos días en un juzgado o poner una objeción al juez de turno, gracias al excelso Gallardón -lean la columna de hace unos días, de José Asensi, mi compañero de página- le encasquetan a uno ochocientos euros de tasa en menos tiempo del que tarda en persignarse un cura loco.

El hombre de la calle ve la justicia como algo enrevesado, oscuro y difícilmente entendible por una persona normal. Las resoluciones que a diario saltan a los medios, en ocasiones, menos justicia efectiva, parecen cualquier cosa. Como si ofendieran al sentido común que es -decía mi profesor de filosofía- el menos común de los sentidos.

Desde hace unos días no hay periódico o telediario que se precie que no abra sus páginas con la imagen del magistrado -apaleado- Elpidio Silva. No hay ni qué decir de qué va este asunto porque si alguno de los que leéis este artículo, no sabéis quién es el juez Silva, es que habéis estado fuera de España desde antes de Navidad.

Este hombre es probadamente inteligente. En los tiempos en que había mili en España, a mi novio, le dieron una cartilla blanca en la que ponía bien claro que el valor se le suponía. En el caso del juez Elpidio, la inteligencia no se le supone, la preparación tampoco. Ambas cosas las tiene de sobra acreditadas: fue premio extraordinario en su carrera y número uno en su promoción de jueces. Bien es cierto que no hay que unir necesariamente ser una persona muy lista, con no ser capaz de delinquir. En nadie, ni en un juez, ni en un arquitecto, ni en un repartidor de butano, ni en nadie.

Desde la óptica del ser humano de a pie, el que pasea a diario por Maisonave, el que va a la playa del Postiguet o a la ermita de la Santa Faz el próximo jueves, lo que le está pasando a este hombre es algo kafkiano. Recapitulemos, dando por supuesto que solo conocemos del asunto lo leído y visto en los medios.

A mediados del año pasado, este magistrado, al que le toca en su juzgado el llamado «Caso Blesa», decreta el ingreso en prisión de este señor. Parece ser que, en su calidad de presidente de la antigua Caja Madrid, este hombre no gestionó todo lo bien que debiera los dineros de tantos y tantos ciudadanos anónimos que confiaron sus ahorros a esa caja y los vieron despistados y casi imposibles de recuperar (las famosas preferentes). Parece ser -presumamos la bondad, el buen hacer y la inocencia del señor Blesa y de cualquiera hasta que se demuestre lo contrario- que este presidente de caja compró un banco en Miami, y luego lo vendió, en un negocio ruinoso que ni el peor comerciante con dos dedos de frente habría llevado a cabo. Parece ser -presumamos de nuevo la inocencia que ese juicio aún no se ha visto- que su gestión, como las de tantos otros banqueros expertísimos, fue la causa de que todos nosotros, del primero al último, estemos pagando rescates millonarios. Vean ustedes cómo hierven las redes sociales: «si la banca gana, se hacen ricos los banqueros.

Si la banca pierde, pagamos entre todos». Bonita ley del embudo.

Grosso modo, este es el meollo del asunto. Por infinitamente menos de eso, he visto yo gente pudrirse en el patio de Fontcalent, de Soto del Real o del Puerto de Santamaría. No hay que hablar de miles, no hay que hablar de millones, mucho menos de miles de millones. Por unos cientos de euros he visto yo gente pegarse un par de años de cárcel tan ricamente y sin que nadie levantara la menor voz de protesta.

Pues bien, al juez Silva se le ocurrió encarcelar a Blesa -no un año ni un mes, que no duró en la cárcel ni cinco días- y le han caído encima los torrentes del infierno. No entiendo nada. No voy a aprobar la deriva mediática -creo que los tribunales odian a muerte que se mediaticen sus intervenciones- del Juez Silva tras los procedimientos abiertos en su contra, pero desde luego en una cosa tiene razón y ayer se la oí en el enésimo telediario visto: Hay casos -los eres, los gurteles, los pokemones?- que llevan cinco años y él está sentado en el banquillo y abierto el juicio oral en cinco meses. ¿Son varas de medir distintas? La justicia ad hoc es siempre injusta.

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