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Juan R. Gil

Quan el mal ve d'Alacant...

No es verdad que Sonia Castedo se hubiera planteado dejar la política al final de esta legislatura si no le hubieran «tocado las narices», como en las sorprendentes declaraciones que ayer hizo a mi compañera Carolina Pascual desde la cama del hospital donde se recupera del nacimiento de Carla, su segunda hija, afirmó. Cualquiera que la conozca sabe que eso es un brindis al sol. Sí es cierto que debe estar «hasta la coronilla» de las famosas «líneas rojas, azules y amarillas» que el president Fabra utiliza para ejemplificar su supuesta apuesta por la regeneración, como lo estamos todos, aunque seguramente por razones distintas a las de Castedo. Lo cierto es que con sus manifestaciones, Castedo cuestiona, con más fuerza que nunca lo había hecho hasta aquí, la autoridad de Fabra, justo cuando el PP le convierte en el protagonista de la campaña electoral de las europeas en la Comunitat Valenciana, no se sabe bien si porque necesita promocionarlo con vistas a la candidatura a la Generalitat de las siguientes autonómicas, o porque quiere enterrarlo y que no lo sea. En todo caso, Castedo «habla y sube el pan», es el guasap que me envió ayer un amigo. Y vaya si sube.

Fabra tiene un problema con Alicante. Un problema grave. Pero también lo tiene el socialista Ximo Puig. Y Esquerra Unida. Y Compromís. Y UPyD. Alicante ha pasado a ser, para todos los partidos,, más que una provincia, una tortura. La cuestión es que es una tortura a la que nadie parece capaz de poner fin; una provincia en la que, políticamente, todos son incapaces de imponer cordura, pero que resulta que es la circunscripción clave para sumar mayorías absolutas. Se ganan las elecciones en Valencia y los gobiernos en Alicante, reza el tópico instalado en esta comunidad desde hace décadas. Y como todo tópico, parte de una realidad. Y si no, miren el censo electoral y saquen cuentas.

Lo dicho por Castedo, sin necesidad de citar a Fabra más que para agradecerle el detalle que le envió con motivo de su alumbramiento, es suficiente para, estatutos en mano, abrirle expediente. No lo van a hacer ni muertos. Pero es cierto que la torpeza demostrada por la cúpula popular en el trato dado a la alcaldesa, y la agresividad de ésta en cuanto se siente atacada, acaban por dejar siempre al president de la Generalitat como un muñeco de feria contra el que cualquiera puede practicar el tiro al trapo. Teniendo en cuenta su precaria situación, tanto en un Consell dividido, como en un partido en el que está discutido casi desde el día siguiente de su llegada, no es la mejor fotografía la que Fabra consigue con estas cosas. Vamos, que a un presidente le lea la cartilla una alcaldesa con los puntos de la cesárea todavía en carne viva es como para plantearse qué tipo de liderazgo ejerce el interpelado, si es que alguno ejerce y, sobre todo, dado que la política es el arte de hacer posible lo necesario, qué clase de estrategia sigue con la primera autoridad de Alicante para que ésta se acuerde de esa manera de él en las primeras palabras que dirige al público nada más parir. Aquí ya no caben más medias tintas, en eso tiene razón Castedo. O el PP asume el coste de tirar para adelante con ella, estando imputada, o asume el de echarla ya. Pero para ambas cosas se necesita decisión política, y no la hay.

Ximo Puig, el líder de los socialistas valencianos, recién elegido candidato a la Generalitat en las primeras votaciones abiertas que celebra un partido de las dimensiones del PSPV en España, también tiene un roto en esta provincia. Hasta aquí, el agujero negro era la agrupación local de Alicante, enfrentada, desecha, foco de todas las componendas posibles, plagada en cada acción que pone en marcha de actuaciones oscuras y con un grupo municipal que se pasa el día haciendo oposición de sí mismo, mientras a los afiliados y simpatizantes no les queda más estupor en el cuerpo y contemplan el espectáculo simplemente con hastío. Pero si eso era terrible, porque se quiera o no la agrupación de la ciudad de Alicante transmite la imagen de todo el partido a escala provincial, ahora estalla la de Elche, la más solvente sin duda que los socialistas habían mantenido durante años. En Elche, al contrario que en Alicante, sí podía hablarse todavía de militancia con todas las letras, de espíritu de partido, por mucho deterioro que éste hubiera venido sufriendo desde antes de perder el gobierno de la ciudad, de compromiso de muchas personas con esas siglas. Y todo se está yendo al garete a una velocidad de vértigo. Es sonrojante ver día sí, día también, un divorcio convertido en arma política de destrucción masiva. Pero que no se equivoque el PSOE: ni la culpa de ello la tiene el PP, aunque lo aliente, ni los medios de comunicación, aunque lo publiquen. Uno puede entender perfectamente que el exalcalde Alejandro Soler convoque una rueda de prensa para tratar de demostrar, papeles en mano, que las últimas acusaciones de su exmujer son falsas, igual que fueron consideradas como tales las que antes presentó en el juzgado. Lo que no puede uno comprender es que Soler no sea capaz de ver el daño que su penosa situación personal está haciendo a su partido. ¿Por qué mantiene todavía cargos? ¿Por qué no lo ha dejado todo ya y cortado la hemorragia? ¿Es que no se da cuenta de que el PSOE se desangra por la herida de su separación? ¿Y Puig qué hace? Ahora que todo simpatizante socialista tiene los ojos puestos en él, ¿va a dar por bueno el chistecillo de que es igualito a Rajoy, no sólo en las hechuras, sino también en la forma de afrontar los problemas, dejando que se pudran? Así no se ganan gobiernos.

Pero decía que si para los dos grandes partidos Alicante es ese territorio comanche en el que, en cuanto cruzan el túnel del Mascarat, no dejan de dispararles, para los pequeños también es un quebradero de cabeza. EU tiene a su favor la historia y la coyuntura, pero su estructura la hace inoperante en unas circunscripciones electorales provinciales y la voz que más se oye, la de Miguel Ángel Pavón, padece de fuertes interferencias y grandes contradicciones, amén de ser una voz estrictamente local. No hay un referente provincial, y sin un referente provincial no se obtiene un buen resultado en unos comicios cuyo ámbito de recuento es, precisamente, la provincia. Compromís, a quien todas las encuestas dan un resultado excesivo, no logra entrar en la agenda de Alicante, donde debe reconocer que sólo es capaz de transmitir su mensaje de forma masiva a través de los artículos que publica en este periódico el profesor Manuel Alcaraz. Pero los lectores no se traducen en votos. Y en UPyD son más o menos siete contra siete, o sea que todo lo tienen que fiar al mayor o menor tirón que pueda tener el nombre de Rosa Díez aquí. Lo malo es que a Rosa Díez se le da prácticamente una higa todo lo que no sea Madrid. O sea que, como decía aquel, cuerpo a tierra que vienen los nuestros.

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