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Ecuador o la dignidad

El azar ha querido que estuviésemos en El Ecuador mientras el presidente de ese país, Rafael Correa, era requerido en las prestigiosas universidades norteamericanas de Harvard y Yale para hablar allí, de propia voz y ante cientos de estudiantes y profesores, de lo que se viene denominando el milagro ecuatoriano. Y nos alegramos que así haya sido el que lo hayan llamado en persona para que no sean las voces intermedias quienes den cuenta de en qué consiste y por qué se ha producido el citado milagro. Y también nos hemos alegrado de tener, simultáneamente a esos discursos institucionales, la oportunidad de experimentar y comprobar in situ que son ciertos y albergan verdad. Porque ese nombre, milagro, solemos darlo a aquellos acontecimientos que resultan inverosímiles por infrecuentes o casi imposibles de producirse. Y así se viene llamando al caso Ecuador porque el que un país de su entorno regional despunte en todos los indicadores económicos y sociales de calidad venía siendo, en la compleja historia de dominación y secuestro de libertades del área, casi un imposible.

Pero en realidad, como al presidente Correa le gusta puntualizar, y como modestamente por nuestra estancia allí hemos podido comprobar y contrastar, es cierto que el tal milagro económico se produce porque las medidas que lo soportan no son de carácter puramente económico, sino de carácter eminentemente político. El esfuerzo llevado a cabo por la administración y gobierno ecuatorianos en los últimos años para limar los muchos desequilibrios de una sociedad históricamente comandada por grandes grupos hegemónicos y oligarquías reaccionarias acordes con lo que es común en la región, viene dando fruto con una directa repercusión en los indicadores más relevantes de la economía social. A la reducción por compra propia de la deuda externa, la recuperación para el país de los grandes beneficios de explotación de su petróleo y un crecimiento sostenido en torno al 4,5%, se le suma un gran aumento de la recaudación de impuestos debido a una eficaz y justa regularización fiscal. Además, gastos médicos, alimenticios y de vestimenta desgravables han permitido aflorar todo el dinero opaco que, como bien sabemos aquí, manejan de manera vergonzante infinidad de profesionales y empresas de esos tres (y otros) entornos de servicio (es emocionante comprobar que la compra de una simple bolsa de galletas viene acompañada siempre de su factura). A una importante reducción de la tasa de paro se le une una reducción de la pobreza, y de la pobreza extrema, en varios puntos porcentuales; y a una significativa bajada del índice de Gini hay que sumar una amplia integración de los discapacitados en la vida laboral así como una impecable política de apoyo económico a dichas personas y a quienes les asisten en caso de necesidad.

Y las cosas no quedan ahí. Las políticas de equilibrio social perseguidas con ahínco por la administración Correa han apostado fuerte e inteligentemente por la formación y el conocimiento. Se han cerrado, en una actuación sin precedentes, hasta dieciocho universidades privadas fruto de concesiones arbitrarias y que no han pasado con una mínima solvencia las pruebas de evaluación a las que se han sometido todas las universidades (públicas y privadas) del país. Del mismo modo, se cerraron e invalidaron muchas docenas de planes de postgrado que no presentaban calidad suficiente. La apuesta por el conocimiento llevada a cabo en Ecuador pasa por la creación asimismo de cuatro nuevas universidades de carácter técnico y científico, de gran especialización, a las que se dota desde su inicio de enormes medios para su puesta en marcha y buen funcionamiento. Cuenta entre ellos la incorporación de científicos e investigadores llegados de múltiples universidades internacionales prestos a transferir conocimiento y formación a quienes se vayan incorporando a ellas. En el mismo ámbito universitario, el magnífico programa de becas para estudios de postgrado en el exterior a cualquier estudiante que logre matrícula en universidades internacionales de referencia, es un ejemplo más del cuidado y la preocupación de esa administración por su pueblo. Sumemos a ello el programa Prometeo, que congrega en Ecuador, un país de quince millones de habitantes, un par de centenas de profesores doctores llegados de todo el mundo y becados por el estado receptor para programas de investigación en las universidades propias.

El milagro ecuatoriano tiene muchas vertientes, y todas ellas convergen nítidamente en el objetivo común de empoderar a un pueblo que ya ha sufrido, como tantos de Latinoamérica, años (siglos) de humillación, abandono y explotación sistemática. La proliferación de escuelas en las áreas más pobres que son ya una realidad de integración para las comunidades hasta ahora más marginadas; la mejora sustancial de los equipamientos médicos y asistenciales; los cuatro dólares que cuesta la matrícula de un curso en la universal y gratuita universidad pública? son, como decíamos, más allá de los grandes indicadores macroeconómicos o las inmejorables cuotas de inversión pública (15% del PIB, traducido en carreteras, aeropuertos, edificios públicos, etcétera) realidades ya en un país cuyo milagro real es, como citábamos, el haber apostado definitivamente por la defensa y la protección de las personas: de las grandes mayorías.

Y nos atrevemos a decir que en ese pequeño país del que hablamos, de infinita riqueza natural y de gentes y culturas mezcladas y ancestrales, se ha dado un impulso que podría considerarse histórico en lo que sería la perfectibilidad del sistema democrático. Si desde antes incluso de la Revolución Francesa todos hemos venido conviniendo en que es la división de los tres poderes lo que fundamenta la posibilidad del estado democrático, y todos convenimos también en que prensa (medios) y capital son sin lugar a duda efectivos y así llamados poderes reales, todos deberíamos entender que ellos también debieran quedar debidamente separados. La renovación legal de la administración Correa para impedir el acceso de la banca a otros negocios que los suyos originarios, y de ésta y las grandes empresas de capital a la posesión de medios de comunicación, se presenta ante cualquier mirada honesta como generadora de alta calidad democrática (una mirada a la situación de los grandes medios y sus propietarios en nuestro propio país permitiría entenderlo).

En la Europa de los privilegios y la cultura, de la tradición democrática y el estado de bienestar, todo se desmorona por el abrazo acrítico, consciente y culpable a las más duras políticas neoliberales que olvidan a la mayoría para atender a quienes más tienen. Y mientras esto sucede aquí, Ecuador brilla como un referente que recuerda cada día que siendo todo perfectible y sin ausencia de críticas parciales posibles, es en mirar por la gente, en preocuparse por ella, en luchar sin cejar por el empoderamiento de la ciudadanía donde reside aún, y como siempre, la más alta dignidad a la que un pueblo y su gobierno pueden y deben aspirar.

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