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De ancianos y poetas

Castigar a Berlusconi a cuidar ancianos es como poner a un bebé al frente de una guardería. Significa que él mismo necesita atenciones geriátricas todo el tiempo. Por eso le acompaña siempre una joven enfermera disfrazada de cónyuge. Parece mentira que haya logrado engañar con sus estiramientos de piel y sus inyecciones de bótox a unos señores con estudios. Se ve que la especialidad del exmandatario italiano son los jueces. Lleva toda su vida toreándolos. Ahora bien, esta sentencia, con apestar a apaño, no es nada comparado con lo que dice de la consideración que nos merecen los ancianos. ¿Por qué lo primero que se nos ocurre para castigar a un chorizo es emplearle en el geriátrico?

Porque los viejos nos dan asco. Podrían haberle puesto, no sé, a limpiar letrinas en una cárcel, a picar las entradas de un museo siete horas diarias, a limpiar los lugares de botellón los lunes por la mañana. Hay muchos trabajos duros, desagradables, ásperos. Si de lo que se trataba era de eso, de que hiciera un servicio a la comunidad, deberían haberle buscado uno de estos. Y es que con lo del geriátrico se viene a decir que dar de comer o acompañar al baño a los viejos es un trabajo infame. No lo es. Hay mucha gente que lo hace a gusto porque no siente repugnancia frente a los fluidos o las quejas de un ser humano como él. Hay personas que se especializan en esa actividad porque les parece hermosa. Al condenar a Berlusconi a echarles una mano, se les está diciendo que se trata de un curro más bien repugnante. Hay mucho fondo en esa sentencia italiana, hay mucha ciénaga, hay cantidades increíbles de lodo.

Supongamos que hubieran condenado a Berlusconi a escribir un poema de amor a la semana. ¿Qué habrían dicho los poetas? Habrían clamado al cielo, y con razón, porque la poesía, como los ancianos, no se puede poner en manos de cualquiera. La poesía y los ancianos requieren una sensibilidad que este hombre no ha demostrado nunca. Imaginemos que es usted un viejo en un geriátrico y que se le acerca Berlusconi a cambiarle un apósito. Lo lógico sería morirse. Pero no se habría muerto usted, sino que le habría matado él.

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