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En Jueves Santo

Y pensar que hubo un tiempo, a primeros de los años ochenta, en que no había casi nadie dispuesto a llevar las imágenes más representativas, y ahora las calles de Elda, con la anochecida, huelen a incienso y a humo de hachones, y en ellas restallan cornetas desgarradas y roncos tambores que invitan a la cada vez más numerosa concurrencia a contemplar, en sugerente silencio, el paso de esas imágenes.

Unas imágenes encaramadas a unos tronos que compiten en magnificencia y suntuarios adornos florales, portadas ahora, varias de ellas, a la andaluza; con ese paso rítmico hipnotizador y emocionante que ha sido importado, desplazando a los tradicionales «banceros».

En este pueblo importador nato de costumbres y tradiciones no se harán esperar hasta los «capillitas». Al tiempo. Ya se han asentado la cohorte de «armaos» y bandas ataviadas a lo militar, que interpretan magníficamente la estridente música procesional, cuando no hace tantos años era casi impensable.

Personalmente, encuentro un íntimo regocijo en estas noches de Semana Santa cuando siento la sacra llamada de la calle, con su bullicio contenido y comedido. Situarme solo en una esquina umbrosa, junto a muchos más «solitarios».Y dejarme envolver por los olores, colores y sonidos, a veces tan contrapuestos que resultan atractivos, hasta el paso solemne de las imágenes rodeadas de siniestros capirotes. El ambiente invita a la reflexión. Y si bien la mayoría de participantes y circunstantes lo hacen por devoción religiosa, no hay que desdeñar a otros, igualmente numerosos, que solo buscan un momento de encuentro consigo mismos en una vida cada vez más despersonalizada y hasta angustiosa. Incluso en el multitudinario «encuentro»; que es la piedra de toque del excelente estado de aceptación de que goza la Semana Santa eldense.

Espero que este pueblo con título de ciudad que gusta tanto de importar lo ajeno mientras por otro lado destruye lo propio, mantenga viva esta tradición recuperada y que cada año cobra un nuevo grado de calidad. Aunque tampoco me extrañaría lo contrario, viendo la reciente «diáspora» del Domingo de Ramos con la multiplicación de procesiones. ¿Nos estaremos quietos algún día?

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