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¿Habrá crisis de gobierno?

No recuerdo ahora mismo quién era el gran autor español al que le dolía España. ¿Acaso Antonio Machado, aquel del «españolito que vienes al mundo, te guarde Dios, una de la dos Españas ha de helarte el corazón»? Será Ortega y Gasset, el de la España invertebrada que avanza en su descomposición imparable desde la periferia hacia el centro? -Por cierto, he cenado este fin de semana, con su nieto, José Ortega, gran traumatólogo y persona con una cabeza excepcionalmente amueblada como su abuelo-.

Ya caigo, al que le dolía España -y más que le dolería si la viese ahora- era a Miguel de Unamuno, defenestrado como rector de la Universidad de Salamanca por defender la inteligencia y la capacidad de actuar con argumentos racionales frente al fascismo autoritario y al ¡viva la muerte! del cernícalo atrabiliario Millán Astray, jefe tuerto que fue de Franco al que despreciaba y contra el que no se atrevió jamás el generalísimo (Lean ustedes «El sable del Caudillo» de José Luis de Vilallonga, libro con el que he disfrutado intensamente a falta de disfrutes más tangibles o más terrestres).

Viendo lo que veo, a mí también me duele este país que es el mío y no voy a hablar de Mas -que más bien se hace de menos- metido en una aventura personalista y artificial, sin encaje en nuestra legislación, que sólo puede terminar como el rosario de la aurora o aún peor.

Voy a hablar de Gallardón por no citar a otros ministros que, juntos, parecen empeñados en no ganar unas elecciones hasta dentro de seis o siete lustros, a poco que los recuerden.

Gallardón, cuando alcaldeaba Madrid, parecía el prohombre de la progresía y el adelanto, el líder de las libertades que, incluso pasaba por la izquierda a socialistas de pedigrí. Yo era admiradora de Gallardón y, hoy, hasta me avergüenzo de relatar admiración tan indocumentada.

Gallardón ha hundido a muchos justiciables, y se ha cargado de un plumazo y literalmente la igualdad ante la justicia, estableciendo las tasas judiciales -que jueces, fiscales, funcionarios y letrados rechazan-haciendo que el acudir a la justicia a pedir lo que son legítimas reclamaciones, sea una utopía salvo que se tenga una cartera bien provista. Esto, de paso, ha hecho que los abogados entremos en una crisis como no imaginábamos ni en nuestros peores sueños. Hoy en día montar un despacho de abogados es una aventura entre descerebrada y fracasada de antemano. Gracias señor Gallardón.

Gallardón se ha metido en el jardín envenenado de reformar la ley del aborto -haciéndola retrógrada a más no poder-, una ley que sobrevivía pacífica y sin conflicto, y que no generaba polémica social alguna. ¿Quién manda a Gallardón meter mano a esta ley? Dicen las malas lenguas que la presión de los sectores más ultramontanos del catolicismo, algo que no es de recibo en un estado aconfesional. Su partido, señor Gallardón, tiene que agradecerle haberse puesto en contra a un par de millones de mujeres.

Cuando creía que mi capacidad de asombro había llegado a su fin, incapaz de encontrar ningún otro proyecto más fuera de tiesto, en un receso en mi trabajo de despacho que hay que comer todos los días y si no se resuelven casos se hace dieta forzosa leo una frase, que me inquieta sobremanera, en un medio de comunicación: «Asociaciones defensoras de los enfermos mentales denuncian que el nuevo código penal -el que prepara Gallardón- establece medidas de seguridad que pueden prorrogarse indefinidamente».

Esto, como dice el portavoz de jueces para la democracia acertadamente, nos lleva a tiempos anteriores a la Constitución. Esto criminaliza a los enfermos mentales de una forma inadmisible. ¿Quiere el señor Gallardón volver a aquellos tiempos antiguos en los que, en miles de sentencias, se terminaba con la coletilla «no podrá salir del establecimiento psiquiátrico sin autorización de este Tribunal?

El vulgarmente conocido como loco, es un enfermo necesitado de tratamiento. La locura, la psicosis, la esquizofrenia -algún caso así llevo yo en mi bufete- es un estado patológico pero, con el tratamiento adecuado no es un estado peligroso. El loco -digo loco para entendernos y en modo alguno con tono despreciativo- es peligroso sólo cuando no está tratado, como es peligroso un tuberculoso cuando no se adoptan las medidas para evitar que contagie. El enfermo mental cuesta dinero porque su tratamiento es costoso pero eso no se evita criminalizándolo y encarcelándolo. El loco es sujeto pasivo de la sanidad y no del código penal como quiere Gallardón.

Dicen que, ahora que Cañete se va a Europa, va a haber crisis de gobierno y remodelación. Espero que esta crisis se lleva a Gallardón por delante y de paso a Fernández Díaz. Ambos parecen tener el camino de otra cosa que no es política como guía. En lugar de la Constitución como sería deseable.

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