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La vía endogámica de la universidad española

Como institución nacida en la época medieval, la Universidad española no ha logrado desprenderse de ciertos problemas propios del sistema feudal. El de la endogamia debería ser un mal anecdótico si no fuera porque estamos en el siglo XXI y los fundamentos de la democracia están supuestamente consolidados. Desconozco si ese mal endógeno tiene relación directa y afecta al puesto que nuestras universidades ocupan en el ranking mundial -por cierto, un puesto no mucho mejor que nuestros resultados en PISA-; es de suponer que el asunto estará entre los temas objeto de atención de nuestros sociólogos. En la Universidad española aún existen catedráticos que tienen la consideración de señor feudal al que los vasallos, en un pacto tácito, deben rendirle pleitesía si quieren avanzar en sus carreras.

El mundo de la Universidad es un mundo extraño que se rige por sus propias leyes, con un currículum oculto en el que de tanto en tanto, como sucede con los icebergs, asoma una punta, que desde luego no constituye peligro para la navegación si uno no se acerca demasiado.

Recientemente han aparecido en la prensa algunos casos de esa enfermedad congénita que retrata a nuestra Universidad ante Europa, pero no debe olvidarse que de un iceberg tan solo sobresale una octava parte. La buena cuestión es que un día salta un caso en Extremadura, y al poco tiempo otro en Andalucía o en cualquier otro sitio. Entre atónito y frustrado, uno descubre que existen trajes a medida para los de casa, mientras los foráneos incautos malgastan tiempo y recursos en busca de sastre que le tome medidas, es decir, descubrimos plazas que están adjudicadas de antemano, procesos selectivos turbios, comisiones de selección a medida, abusos de poder, prebendas, casos encubiertos de nepotismo, representaciones de farsas en las que los actores principales sobre el escenario son los principios de igualdad, la libre concurrencia, el mérito, la capacidad, etcétera.

Seguramente para los observadores no muy atentos, simplemente se trata de una variante light de la corrupción a la que no hay que prestar demasiada atención y que, habiendo interiorizado como interiorizamos los deslices de la curia romana o de la clase política, ya forma parte de nuestras vidas. De este modo asumimos tranquilamente que los terrenos que rodean a la Universidad son pantanosos, con reglas de juego desconocidas, en donde el lobo de la corrupción merodea con naturalidad por los campus, mientras los guardias de seguridad observan sin demasiada preocupación. Se concluye, sin darle demasiada importancia, que son cosas de la Universidad y que siempre ha sido así: lo turbio con el paso del tiempo adquiere naturaleza consuetudinaria.

Por otra parte, este país tampoco se rige por el sentido común cuando se presentan reclamaciones -sea cual sea el tema o su procedencia, ni importar el estamento al que se dirigen-. Quien detenta el poder hace oídos sordos a la quejas derivadas de actos administrativos o académicos considerados injustos, con lo cual las más de la veces el interesado ha de exponerse al circo-espectáculo del papeleo y en última instancia, tras el recurso de alzada correspondiente, acudir a los tribunales para que los jueces dictaminen quién tiene la razón en esos casos que desprenden un olor rancio endogámico. Ningún rector se acalora por estas fruslerías, pues se asume que el tiempo, más temprano o más tarde, todo lo diluye en el olvido.

La endogamia mima a quien que se mueve en la órbita de atracción departamental, en donde entrarle por el ojo derecho al jefe de departamento -preferentemente catedrático- es fundamental para empezar la carrera de becario, becario predoctoral, ayudante, ayudante doctor, asociado, colaborador, becario postdoctoral, etcétera, hasta que un día, si Venus, Tierra y Marte se alinean adecuadamente y te son favorables, consigues una plaza de titular; y con el paso del tiempo y mucha suerte -pónganse a la cola los candidatos- un día uno llega a catedrático. Si las puertas se cierran ante tus espectativas, significa que no ha habido suficiente atracción departamental o el peso de las publicaciones aún no es el adecuado.

El mundo ideal no existe; así pues, cada gobierno con su ley universitaria bajo el brazo, ordena unas veces habilitaciones con pruebas públicas, y otras veces, acreditaciones en donde el peso del currículo personal tiene un peso específico e inclina la balanza. Todo es cuestión de paciencia: con un nuevo gobierno llega una nueva ley y cambian las formas de acceso para los que llevaban tiempo haciendo cola. ¿Acaso se ha olvidado cómo se crearon determinadas universidades españolas? Pues recordémoslo a los jóvenes: los políticos de turno -¡menos mal que hay alternancia!- las crearon para sus militantes. Y ese es, repito, el retrato robot que se tiene en Europa de la Universidad española. Bajo el franquismo, Iglesia y Estado iban cogidos de la mano; con la llegada de la democracia, política y Universidad formaron una pareja bien avenida, y nadie se rasgó las vestiduras cuando empezó el concubinaje. Hoy por ti y mañana por mí, se dijeron, y a continuación sellaron la alianza. Y ahí nos encontramos.

En la próxima entrega les contaré el mecanismo por el cual se accede al grado de doctor, los intríngulis de la calificación de «Sobresaliente cum laude» por unanimidad, y lo que acontece en la concesión de algunos Premios extraordinarios de doctorado.

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