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Generación ni-ni-ni

No les he hablado todavía de mis alumnos y alumnas. Chicos y chicas que estudian Publicidad y Relaciones Públicas, con los que, en general, me divierto muchísimo y de los que, casi siempre, aprendo más de lo que me divierto. Trabajar con jóvenes es un verdadero privilegio. Lo digo y lo repito en cuanto puedo: ¡soy muy afortunada porque puedo ayudar a descubrir y a aprender cosas a alguien! ¡El reto es siempre impresionante!

Dicho esto, les tengo que confesar que, desde hace unos años, estoy preocupada. Sinceramente, he detectado un cambio en su actitud. Los universitarios y universitarias están mucho más desmotivados. No soy la única que lo piensa. Entre los profes lo hemos comentado. La burocratización de la enseñanza y las circunstancias educativas les han afectado. En una de las primeras clases que tuvimos este año (dedicada a la deshonestidad académica), mis estudiantes se quejaban de que la subida de las tasas universitarias, unidas al aumento de la exigencia de la nota media para las becas, ha acrecentado la dinámica del «estudiar para la nota» frente al «estudiar para la vida profesional». La «anecación» (con sus sistemas de acreditaciones múltiples) de la Universidad (que, a mi juicio, en términos de investigación ha traído algunas ventajas) puede estar teniendo algunos efectos indeseados en la docencia y en la organización.

La desafección parece venir también del contexto sociolaboral al que se enfrentan mis discípulos. Entre ustedes y yo, y aunque les intentemos siempre animar, no es para menos. Según un informe de Eurofound, de 94 millones de europeos entre 15 y 29 años, en 2011 sólo trabajaba el 34%. El desempleo juvenil era del 21%, sin contar a los estudiantes, que no se consideraron población activa. En la UE había además, en esta fecha, 14 millones de «NINIS» (jóvenes que ni estudian ni trabajan). Aparte del coste personal para cada uno de ellos y de ellas, desde el punto de vista crematístico, se calculó que a cada español, esta desgracia nos estaba suponiendo un gasto medio de 333 euros por año. Es evidente que, en estos tres años que han pasado, la cosa no ha mejorado demasiado.

El colmo de los colmos es que, además de trabajar poco (no porque no quieran, sino porque nos les dejan), los jóvenes afortunados que lo consiguen, lo hacen en las peores condiciones de forma que, en 2013, el 42% de los contratos que tuvieron fueron de carácter temporal.

La UE ha destinado recursos para solventar este problema, pero las políticas son al fin y al cabo adoptadas por los estados. En este sentido, es imprescindible que, mediante la implantación de un «Programa Europeo Para el Empleo Estable», en España se incentive un trabajo de calidad especialmente para este colectivo, que es, en definitiva, nuestro futuro.

Pero, seriedades y calamidades aparte, me van a permitir que ponga una nota de humor. La gota que colma el vaso y que me ha empujado a escribir esta columna no es una cuestión meramente laboral. Me explico. Por si fueran poco complicadas sus circunstancias, el jueves salió en este diario un estudio publicado que me preocupó si cabe aún más. Y que me explica mejor algunas cosas. Patrocinado por una firma de preservativos, esta encuesta informaba de que al 93,5% de los jóvenes españoles «vivir con sus padres les afecta negativamente a su intimidad a la hora de mantener relaciones sexuales». ¿Pero cómo no van a estar decepcionados?

Como quiero a mis alumnos (como jóvenes que son), desde ya les digo que voy a intentar ayudar por todos los medios. Apuesto por una propuesta electoral que se haga cargo seriamente de la resolución del problema del empleo y del acceso a la vivienda. Pero, como eso puede llevar tiempo (y tiempo) y, por si acaso, voy a empezar a presionar desde ya. Así que, queridos padres, queridas madres: llega la primavera, que la sangre altera. Les ruego, por mis estudiantes en concreto, y por el resto de jóvenes en general, que salgan ustedes. Y mucho: al cine, a la playa, a pasear, a disfrutar de la ciudad. Pero? un buen rato. Procuremos, por lo menos, evitar que el que quiera -y pueda- no tenga que sufrir el tercer ni.

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