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Mi reino por un caballo

El Mundial de Argentina de 1978 aportó tres innovaciones: los confetis con que el público recibía a los equipos, la palabra «evento» y el gol que no marcó Cardeñosa. Y hasta ayer el Elche las había copiado todas con indudable éxito: el césped parece la pista de baile de un cotillón, siempre jugamos «eventos» por la trascendencia obvia de cualquier partido y hemos perfeccionado el arte de fallar ocasiones con una sutileza que desesperaría al propio Cardeñosa. Como también queda descartado que nos señalen un penalti a favor salvo si en el equipo contrario juega Godzilla, el Elche padece el mismo problema que Montoro: le falta liquidez. Escribá es consciente de ello y lleva nueve meses buscando la fórmula de la piedra filosofal sin hallarla.

Ayer colocó a Rodrigues en la banda izquierda y el muchacho daba media vuelta cada vez que recibía la pelota para así recuperar su posición natural de extremo derecho. Aquello no conducía a ningún sitio salvo a nuestro portero y en la segunda parte Escribá rectificó. Pero entonces Rodrigues sufría el mal de alturas o de bajuras, según se mire desde la banda derecha o desde la izquierda, que yo también me he liado.

Bueno, todos estaban cansados y ni siquiera podíamos contar con Sánchez, sustituido cuando todavía quedaban sus buenos minutos, que es ese tipo de jugador que no ocupa metros sino hectáreas y juega al primer toque como Xavi pero con aspecto de antidisturbios. Lo terrorífico de la coyuntura a falta de cinco minutos es que incluso un equipo tan liviano como el Getafe (¿le ganó al Valencia?) comenzó a comportarse impertinentemente y por un momento hubo quien regresó al lamentable sonsonete «un punto es un punto». Entonces apareció Boakye.

Una de las ventajas de contar con un jugador como Boakye es que ya parece agotado cuando salta al campo y su marcador involuntariamente se relaja. Entró para descerrajar la portería del Getafe y daba la impresión de haber pasado una noche toledana. Pero nunca hay que despreciar el talento implícito de un goleador y Boakye lo es aunque disimule humildemente. Un segundo antes de que expirara el descuento del descuento, alguien colgó un balón que Boakye cabeceó dulcemente ante el estatuario del portero del Getafe. Hizo bien en no esforzarse porque aquello era gol desde el momento en que Boakye había saltado. Siempre genial, lo celebró como si estuviera en el funeral de su abuela. Incluso Cardeñosa parecía más contento hace treinta y cinco años en Mar del Plata.

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