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Fernando Ramón

Educar en valores

Una nueva oleada de datos procedentes del informe Pisa ha vuelto a reabrir el inconcluso debate sobre la educación en España. Los resultados difundidos parecen poner en evidencia la predisposición de los jóvenes españoles a la hora de enfrentarse a los problemas cotidianos, aunque me cuesta creer que se puedan alcanzar ese tipo de conclusiones sobre estas habilidades con cuestiones como las de saber programar el aparato del aire acondicionado o conocer cómo funciona un reproductor mp3. No habíamos terminado de resolver los problemas planteados con anteriores precedentes como el abandono de la cultura del esfuerzo, la falta de comprensión lectora, las carencias en conocimientos matemáticos en algo tan clave como el cálculo mental o la resolución de problemas, por no hablar de las deficiencias en materia científica o tecnológica, cuando nos debemos enfrentar al reto de resolver también situaciones del día a día. Parece imponerse la idea de que la ejecución de las tareas rutinarias no será un recurso al que podrán acogerse las nuevas generaciones porque este tipo de actuaciones se reservarán para las máquinas inteligentes o de computación, lo que nos conducirá a tres conceptos clave: crear, innovar y emprender, o lo que es lo mismo apostar por ser diferentes. Pero sin tener que dejar de lado esas ideas e independientemente del grado de conocimiento de las futuras generaciones, será mucho más trascendental la adquisición de valores que modulen los comportamientos y las conductas de los integrantes de una sociedad, o lo que es lo mismo que el comportamiento ético de los ciudadanos se adecúe al bien general y no al bien individual. De nada sirve una capacidad cognitiva destacada si la conducta de ese ser inteligente no sólo no se ajusta a lo deseable, sino que se aleja tanto que se convierte en un paradigma de lo rechazable.

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