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Van a por nosotros

Cuenta la leyenda urbana -y algún que otro exegeta liminar del franquismo- que un probo ministro de Franco al que el aterrador motorista de la época le había comunicado su cese en el cargo, afligido por la destitución, fue a visitar al general para que le explicara qué es lo que había hecho mal para merecer esa sanción. La frase pronunciada por Franco le disipó todas las dudas, eso sí, a base de crearle una incógnita existencial que solo la eternidad pudo despejarle: «Zutanito, no le dé más vueltas, van a por nosotros». No cuenta la leyenda si el exministro fue directamente a Villa Freud, en Buenos Aires, para un tratamiento psiquiátrico de por vida a cargo de la Seguridad Social argentina, ni tampoco aclara el relato si todos los psiquiatras del mundo crearon desde entonces un nuevo protocolo para tratar ese síndrome de «El Pardo» derivado de respuestas tan autodestructivas y surrealistas, cercanas a la inducción al suicidio. Y a mí no me miren en busca de respuestas, querido lector y lectora, yo, como contestó impasible Michaleen Flynn (Barry Fitzgerald) en El hombre tranquilo de John Ford ante la pregunta de Mary Kate Danaher (Maureen O'Hara) de si quería un poco de agua en el whisky, «cuando bebo whisky, bebo whisky, y cuando bebo agua, bebo agua». En fin, quizá lo del atribulado ministro de Franco sea solo una leyenda urbana, quizá, pero «se non è vero, è ben trovato».

Lo que no es ninguna leyenda, sino pura realidad cercana a la esotérica frase de Franco o al whisky y el agua de Michaleen, es la deriva surrealista con síndrome de persecución que sufre el nacionalismo independentista catalán y sus enlaces futbolístico-deportivos como el Barça. Desde hace ya un tiempo, seguramente desde la proclama-soflama que pronunció Artur Mas aquel 11 de septiembre de 1714, los dirigentes independentistas catalanes solo ven fantasmas y enemigos a su alrededor, todos ellos, casualmente, venidos de la pérfida España, criados a los pechos del malhadado Madrid. Pero no se equivoquen, los fantasmas siempre aparecen cuando las cosas no les van bien, cuando sufren las consecuencias de su excluyente reto, cuando los resultados catastróficos derivados de sus propios actos conducen a los ciudadanos al estupor y el descontento, a la frustración. Y han logrado contagiar, por ósmosis, al propio Barça en esa paranoia mesiánica de la persecución, en ese maniqueo complejo de buenos (nosotros) y malos (los demás).

Cuando el Tribunal Constitucional tumbó por unanimidad (12 a 0) la declaración soberanista de Mas sobre «el derecho a decidir del pueblo de Cataluña», dirigentes de CIU y de ERC arremetieron contra el TC y algunos de sus magistrados tachándolos de ser unos «agitadores de la catalanofobia», o que el TC era un «órgano corrompido en sus funciones». Les recuerdo de nuevo que la sentencia fue adoptada por unanimidad (12 a 0). Lo digo porque, como muy bien saben estos dirigentes del Barça entregados a Mas, no es lo mismo perder por 7 a 5 que por 7 a 0, un suponer, como le ocurrió al Barça frente a Bayern de Munich en la pasada Champions League. No es lo mismo que todos los magistrados, todos sin excepción (12 a 0), voten en contra de tu propuesta, que un resultado de 7 a 5, otro suponer. Pero la culpa siempre es de los otros. Igual que la culpa la tiene Madrid y España cuando el actual gobierno de la Generalitat receta a sus ciudadanos más recortes, más privatizaciones y más impuestos. O cuando se constatan los múltiples casos de corrupción habidos en Cataluña. O cuando su deuda pública es la más alta de España. Pero también arremetió el nacionalismo secular catalán contra Mario Vargas Llosa por sus ideas contra los nacionalismos, a los que llegó a calificar como «el regreso a la tribu».

Y les hablaba de contagios porque también el Barça está padeciendo la enfermedad de «los otros» como sujetos recurrentes de sus errores. La culpa siempre la tienen los otros, y, en el caso del Barça, su chivo expiatorio por excelencia es el Real Madrid. Así, cuando la Audiencia Nacional admitió a trámite la querella que interpuso un socio del FC Barcelona por el fichaje de Neymar los demonios se dirigieron al Real Madrid. Y ahora, cuando la FIFA castiga al Barça sin poder fichar hasta junio de 2015 por el supuesto traspaso e inscripción de jugadores menores de 18 años, «una mano negra persigue al Barça», dicen los dirigentes del club. ¿También el Madrid? ¿Siempre los otros?

El secular victimismo nacionalista; la peligrosa tendencia a no admitir más criterios que los propios; la opresiva imposición de sus ideas por encima de las otras; la malsana e inmadura obsesión en ver siempre al enemigo fuera de sus propias fronteras materiales, ideológicas y hasta deportivas; la intolerancia y el fanatismo con el que adoctrinan y excomulgan a quienes no piensan como ellos, recuerdan la frase de Vargas Llosa en su articulo de El País: «los nacionalismos hay que combatirlos sin complejos y en nombre de la libertad». No le den más vueltas, van a por nosotros, por eso les aconsejo que se beban un whisky y tiren el agua.

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