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«Autopista al infierno»

Después de que se hayan evaporado miles de millones de las arcas públicas en el rescate de cajas de ahorro y otras entidades financieras llevadas a la ruina por un puñado de impresentables convertidos en millonarios, le toca el turno ahora a las autopistas de peaje. El Gobierno tiene la intención de evitar el descalabro de una decena de carreteras de alta capacidad construidas con la alegría del boom, sin una planificación adecuada, sin estudios exhaustivos sobre el número de viajeros que las fueran a utilizar y pagando precios desorbitados por unas expropiaciones en las que es muy probable que más de uno haya puesto el cazo, el cesto y hasta el contenedor. Esta operación puede costar unos dos mil quinientos millones de euros, céntimo arriba, céntimo abajo, siempre y cuando los bancos acreedores se avengan a la quita del cincuenta por ciento que les plantea el Estado. Entre estas carreteras están la circunvalación de Alicante, la AP7 (Alicante-Cartagena-Vera), la AP36 Ocaña-La Roda y la Radial 4 (Madrid-Ocaña). Por todas ellas he circulado innumerables veces y en alguna ocasión he sentido el miedo de la soledad y hasta me he dicho en voz alta mientras devoraba kilómetros: virgencita, virgencita, que no me pase nada porque si me voy a la cuneta tardarán semanas en encontrarme. Dice Cáritas que con la mitad de lo que costaría la salvación de estas autopistas, inmersas en concurso de acreedores o a punto de declararlo, se podrían rescatar 700.000 hogares que en España no tienen ningún tipo de ingresos. La entidad benéfica propone que el dinero se destine a ayudas directas, a un salario social que permita un respiro a todos estos desamparados que llevan años circulando sin límites de velocidad, sin encontrar señales de Stop, como me recuerda la canción de AC/DC, por esta desgraciada «Autopista al infierno».

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