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Crimea-Cataluña

Para entender algo mejor el papel de Rusia en la crisis de Ucrania-Crimea se puede imaginar lo siguiente. Supongamos que los Estados Unidos tuviesen una serie de bases militares en Cataluña a través de las cuales gestionasen las andanzas de su VI Flota en el Mediterráneo y los vuelos militares transoceánicos hacia el Medio Oriente. Como es sabido, Cataluña tiene una población culturalmente dividida aunque la mayoría habla catalán y tiene antepasados y apellidos catalanes. Pero no todos, amén del Valle de Arán. En muchos de ellos, ha cundido a lo largo del tiempo una tendencia política clara, contraria el Gobierno de Madrid que tiene viejas raíces («España contra Cataluña», real, maquillado o inventado, no importa: basta con que se lo crean), pero que ahora se manifiesta en la economía: cuánto les roba España, es decir, el Gobierno de Madrid. Este rechazo al Gobierno central no se da en toda la población, pero sí en partes muy importantes de la misma. Ahora supongamos que el Gobierno de Madrid, enfrentado a un movimiento popular de «indignados», es sustituido por otro, claramente anti-estadounidense en una especie de golpe-blando, aunque con muertos. Digamos que pro-ruso (antes era más fácil: se le podía llamar comunista). En esa suposición, añadamos la sospecha de que ese movimiento ha sido financiado por el «oro de Moscú» y que el gobierno de los Estados Unidos comienza a temer por el futuro de sus importantes bases imperiales. Pues bien, si el movimiento que consiguió cambiar al ocupante de la Moncloa pudo estar financiado por la heredera de la KGB, de la que Putin tiene alguna idea, no le costaría nada a Obama, mediante actividades encubiertas de la CIA, llevar al independentismo catalán a dar un paso hacia la independencia respecto a Madrid. Un referéndum es, sin duda, la forma más democrática de lograrlo, aunque las leyes españolas no lo legitimen (tampoco las ucranianas). Se vota, se gana y se salvan las bases. Quedará, eso sí, el problema de las minorías que no hablan catalán y que encima no son catalanas, pero todo se puede arreglar, pacífica o violentamente.

La traducción no es demasiado complicada: rusos, rusófonos, rusófilos, ucranianos y tártaros, muchos de ellos asustados por la deriva totalitaria del gobierno provisional de Kiev y que piensan que con Rusia estarán mejor (como les promete Moscú), mientras otros se abstienen. Presencia estadounidense en el golpe-blando y de los rusos en los independentistas de Crimea. Al final o, de momento, rusos asegurando sus bases y estadounidenses molestos por no tener suficientemente debilitada a la antigua enemiga, hoy competidora (BRICS, Organización de Cooperación de Shanghai). Con la habitual doble moral en relaciones internacionales, lo que vale para un contexto (Kosovo, Malvinas/Falklands, Gibraltar), no vale para otro y se cualifica, según quién mande, de legítimo o ilegítimo con recursos a la Historia (con mayúscula) sea real, manipulada o inventada, que eso no importa.

Claro que lo de Ucrania-Crimea no es el caso de España-Cataluña. De entrada, los aspectos económicos son muy otros. Aquí no hay gasoductos, ni Rusia puede agitar la amenaza de vender sus reservas de divisas en dólares, ni el dinero que hayan exportado los oligarcas rusos está en peligro de congelación en bancos «occidentales». Pero hay otras cosas.

Para empezar, es inútil recordarlo, pero no se recuerda: el PIB español disminuiría con la independencia catalana. También disminuiría la aportación catalana al fondo de solidaridad mediante el cual el que más tiene ayuda a los que menos tienen para que estos puedan comprarle sus productos. Por el otro lado, el asunto no está tan claro ya que depende de cómo se llevara a cabo el referéndum y/o la independencia. Podría ser, efectivamente, catastrófico para Cataluña (eso piensan empresarios catalanes) pero positivo para Cataluña al salirse del euro y de la «austericida» Unión Europea (eso piensan algunos izquierdistas). Difícil saber qué sucedería con la deuda externa, la provisión del fondo de pensiones, el comercio exterior (boicot al cava incluido), los impuestos progresivos (incluyendo el de sucesiones) y los regresivos (el IVA) y el servicio exterior del nuevo país. Porque no se trataría de reincorporarse a Rusia sino de ser independiente, cosa que no es el caso con Crimea.

De momento, la «lucha» se lleva a cabo pensando excesivamente en apoyos electorales inmediatos. Se presenta como una pelea a banderazos, pero es algo menos visceral que eso: se lanzan datos. La visceralidad se deja para creyentes, españolistas o catalanistas y sus subespecies. Aquí, como allí, las élites hacen cálculos mucho más racionales... y discutibles.

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