Es frecuente que a las consultas de psicología acudan personas con problemas a la hora de sentir la motivación necesaria para desarrollar las tareas cotidianas. Han perdido, según dicen, las ganas, la ilusión. Desde hace algunos meses dejaron de dedicarle tiempo a sus actividades preferidas: al ocio, al deporte, a disfrutar del día a día. Apenas se dieron cuenta de ello, puesto que se encontraban demasiado centrados en sus obligaciones.

Al cabo de un tiempo comenzó a costarles levantarse de la cama cada mañana. No sentían ganas de sonreír, y las personas cercanas comenzaban a detectarlo. Cada vez se mostraban más irritables, más fatigados, más tristes. Llegó un momento en que apenas se veían capaces de cumplir con sus obligaciones. Habían perdido la armonía.

Llegados a este punto, y teniendo en cuenta, que muchos de estos sujetos ni siquiera conocen la causa de esta falta de ánimo, podemos sugerir algunos pasos, encaminados a recobrar aquel pulso vital que les caracterizaba en el pasado cuando los ojos les brillaban.

Al primer paso lo llamaremos «Fase ortopédica». Según la Real Academia de la Lengua, la ortopedia es el arte de corregir o de evitar las deformidades del cuerpo humano, por medio de ciertos aparatos o de ejercicios corporales. Aplicado a la terapia psicológica, digamos que en este primer momento debemos corregir nuestras conductas apáticas tales como verbalizar repetidamente lo mal que nos encontramos, o el quedarnos en la cama más tiempo del necesario. Se trata de sonreír aunque sea de modo artificial, expresar frases como «comienzo a encontrarme un poco mejor», obligarnos a realizar ejercicio físico moderado.

En segundo lugar resulta muy importante evitar los estresores y acercarse a los elementos motivadores. Para ello es necesario identificar todo aquello que nos causa sufrimiento: las personas con las que habitualmente discutimos, las actividades que nos angustian, por ejemplo conducir tramos de vía saturada por el tráfico, asistir a reuniones sociales donde nos vemos obligados a transmitir una falsa apariencia. Por otra parte, es quizá el mejor momento para acudir a esas pocas personas con las que tenemos confianza absoluta y dejarnos ayudar por ellas.

El tercer paso es comenzar a cumplir un programa diario de actividades ajustadas a nuestro estado. No son recomendables las heroicidades ni la falsa confianza. Incluir un espacio para la alimentación, para conversaciones tranquilas con las personas que amamos, para disfrutar calmadamente de tareas que nos gustan.

Llegados a este punto, probablemente estamos preparados para acceder a la cuarta y última fase, que consiste en encontrar la causa de esta tristeza tan duradera. Debemos encontrarla para asegurarnos de que no se repite, pero no lo lograremos empleando nuestra parte intelectual, sino dejando libres nuestras emociones.