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Delito de odio

Teñido de noche y osado inmigrante que intentas llegar a España cruzando ese muro irracional de la desvergüenza, tejida y forjada por ese hierro con humana vocación laureada de prejuicios. Si el azar o el viento, aunque fuese del pueblo, te hicieran llegar este artículo por el medio que fuera; si esta página de periódico tuviera plumas y pudiera volar a tu encuentro y estrecharte esas manos doloridas, mugrientas y a veces sangrantes; si te pudiera servir de advertencia aunque no entendieses nada, te diría? no vengas, ¿para qué? Te odian, te temen, o a partes iguales. Como a nosotros.

Quizás estés cumpliendo el sueño de aquel que dijo que la libertad es ir de una manzana podrida a otra manzana podrida. Pero he de decirte que ese recorrido ya lo hemos hecho nosotros. Cuando este pueblo se ha levantado y clamado contra la injusticia social no solo ha conseguido, como tú, estrellar sus sesos contra un muro negro y espeso sino también que se le tache de loco o violento y sus acciones de escrache o intolerantes. Muchos afirman que es la locura la que te guía cuando trepas esa alambrada a toda luz inhumana. No has nacido, seguramente, para ser feliz, ni para tener futuro, ni dinero ni trabajo, ni seguridad. Lo mismo ni juegas al fútbol con pelotas de goma, ni jamás has trapicheado por ese muro invisible de los paraísos fiscales que solo está permitido a los corruptos. Solo serías un vulgar anónimo si no fuese porque de vez en cuando una cámara recoge tus heridas y tu balbuceante nombre entre en el que apenas se divisa tu humanidad. Eres, no me lo negarás, igual que muchos de los de aquí y por tanto estás sometido a avatares políticos que pasan por determinados testículos políticos.

Algunos en mi país intentan convencernos de que estamos ya escalando una concertina llamada crisis cuando ya nuestros jirones conforman su mapa. Han salvado España, dicen, pero han jodido a los españoles, decimos. En realidad nos odian a casi todos. Pero es un odio oficial, de Estado, al que se le acompaña de una violencia de la misma calaña que la que tú sufres, y por eso parece legítimo. Los políticos, ya sabes, son conformados por su entorno y por la calidad del líder que influencia, alienta y dirige. Así intentar explicar por qué en este país no se te admite de buena gana es explicarte al mismo tiempo por qué se está desmantelando todo lo público, sin el más mínimo pudor, para, después, entregarlo a esos aprendices de brujo cuyas formulas mágicas siempre retuercen las mismas tripas mientras nos prometen que España va mejor. Una mierda. Humo de bote, qué te voy a contar, que no explica por qué se está retrocediendo de forma tan brutal en derechos y prestaciones sociales. Es, en síntesis, comprobar que su política sigue platónicamente enamorada de un pasado con vocación fascista que nos ha conducido a la actual ciénaga que es España y en la que defecan su propia farsa convertida en concertina a través del prejuicio y del odio, del que tú eres un efecto colateral. Pero no vamos a desaparecer. Ni tú, ni ustedes, ni yo.

Hay que decirlo alto pues la violencia motivada por tu raza, tu legalidad, tu dinero, tu religión, tu origen étnico, tu nacionalidad, tu género o tu orientación sexual sigue siendo «un serio problema». Pero no es menos cierto que el mismo odio que sienten hacia ti también recrea una retórica que se amplía a aquella legión de parias conformada por los ciudadanos de este país que viven en el abandono total por parte del sistema: ancianos, jubilados, dependientes, preferentistas, víctimas del franquismo, parados, jóvenes, enfermos crónicos, mujeres embarazadas, desahuciados, (añada usted el etcétera que le venga en gana) que, como tú, sufren de indefensión. Es posible que entre los poderosos exista la necesidad genética, perentoria y monetaria de marcar diferencias entre sus colectividades hegemónicas y las que no lo son intentando demarcar sus privilegios. Así cuando intentan convencernos de que cualquier muro es bueno lo que hacen en realidad es legitimar su estatus y sus propios actos violentos ya sean estos sociales, económicos, educativos, sanitarios o de cualquier otra índole.

Que se protejan aquellos a los que les gusta vivir en un mundo de estereotipos, torretas de vigilancia y guardias de seguridad y que son fieles seguidores de la fuerza bruta o política para que los pobres y desheredados respeten sus privilegios. Quizás no han entendido que aquella legión de parias ya no tiene ninguna obligación de respetar las normas pues saben que sus vidas no le importan a nadie. Por eso saltan y saltaran todas las vallas y muros del mundo, aunque los mismos estén dentro de su país.

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