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Hipocresía

Miré tras los muros de la patria mía, ¡ay!, y pude ver la ignominia, la vergüenza, el egoísmo y la sinrazón. Y desde extramuros, ¡horror!, nos miran con ansiedad, con miedo, pero con el inquebrantable deseo de saltarlos en busca de una vida mejor. Llevamos siglos levantando cercas y empalizadas contra las fieras, contra los enemigos, contra los desharrapados y hasta contra los mismos demonios. Cada frontera es un muro, y por todo el mundo moderno las han reforzado de espino, de hormigón armado, de leyes espantosas, de detectores de sudor y sangre caliente porque siempre hay algún hambriento y enloquecido dispuesto a cruzarla. Hay vallas terribles en Estados Unidos para frenar la miseria de Sudamérica; en Israel para que no se cuele ningún palestino sospechoso; en Bulgaria para poner freno a gentes de malvivir... Y así, hasta Ceuta y Melilla, donde las hemos rematado con concertinas, una mezcla de cuchillas y alambres ideal para dejar hecha jirones la piel de los miles de africanos desahuciados que malviven en el monte Gurugú soñando con el litoral de España. Y junto a los muros de la patria mía también destacamos a guardias civiles armados hasta los dientes por si algún alma perdida consigue dar el salto brutal o colarse por algún agujero. Hace unos días murieron ahogadas en este empeño quince personas. Y mientras braceaban luchando contra la corriente parece que fueron despedidas con disparos de balas de goma. Supongo que siempre habrá algún desalmado capaz de dar orden de apuntar a la cerviz del que se está muriendo. Y desde luego que debe pagar por ello. Pero toda la polémica que nuestros representantes políticos han montado en torno a este desgraciado hecho, rasgándose incluso las vestiduras, nunca terminará de aclarar nada, pero logrará poner en la picota a la Guardia Civil y hacer más grande aún el muro de nuestra detestable hipocresía.

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