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Antonio Balibrea

Elecciones europeas en la encrucijada

Esta vez es diferente» este es el lema con el que la web del Parlamento Europeo anima a los ciudadanos continentales a acudir a la urnas. Y es que probablemente son las elecciones europeas más importantes desde la creación de la Unión. El tratado de Lisboa afirma que: «El Parlamento Europeo ejercerá conjuntamente con el Consejo la función legislativa y la función presupuestaria. Ejercerá funciones de control político y consultivas, en las condiciones establecidas en los Tratados. Elegirá al presidente de la Comisión».

El párrafo se las trae. El Parlamento ejercerá con el Consejo -las reuniones de jefes de Estado y de Gobierno- las funciones legislativas y presupuestarias, sin decir cómo se articulan esas competencias, cómo se coordinan o consensúan. De hecho el Consejo aprobó recientemente un presupuesto plurianual raquítico para un período en que habría que relanzar las inversiones comunitarias. La indefinición está servida.

La última afirmación, el Parlamento elegirá al presidente de la Comisión -el cargo que ocupa Durao Barroso ahora-, pero, añade el Tratado «teniendo en cuenta el resultado de las elecciones al Parlamento Europeo y tras mantener las consultas apropiadas, el Consejo Europeo propondrá al Parlamento Europeo, por mayoría cualificada, un candidato al cargo de presidente de la Comisión. El Parlamento Europeo elegirá al candidato por mayoría de los miembros que lo componen.

Si el candidato no obtiene la mayoría necesaria, el Consejo Europeo propondrá en el plazo de un mes, por mayoría cualificada, un nuevo candidato, que será elegido por el Parlamento Europeo por el mismo procedimiento». Los distintos grupos europeos deben proponer al candidato a presidente de la Comisión antes de que se inicie la campaña. Los populares europeos son los únicos que aún no se han pronunciado sobre su candidato. Y lo que es más, a partir de las elecciones del 22-25 de mayo hay al menos dos cambios importantes: la propuesta de presidente es, a partir del 1 de noviembre próximo, por mayoría cualificada del Consejo -un mínimo del 55% de los miembros que reúnan al 65% de la población-; el Parlamento puede tumbar la propuesta de presidente si no reúne la mayoría absoluta de los 751 eurodiputados. El segundo cambio es que cada «partido político» europeo propone a su candidato y como consecuencia de lo anterior el futuro presidente de la Comisión tendrá una legitimidad, un poder político, que hasta ahora no ha tenido ningún presidente. Así Henry Kissinger sí tendría claro a quién tiene que llamar para hablar con el representante de la Unión Europea. Y, algún país que está fuera del eurogrupo -de las cooperaciones reforzadas- se podría empezar a sentir aislado.

En los últimos cuatro años ha habido una erosión del poder de la Comisión Europea, en gran medida, relacionada con la crisis económica y financiera que va en beneficio de la intervención y autoridad del Consejo Europeo y ampara el intergubernamentalismo en detrimento del método comunitario. Y esa misma crisis es el caldo de cultivo del crecimiento de los nacionalismos, algunos hasta extremos claramente fascistas y xenófobos. Lo último el referendo suizo, pero es una epidemia: Francia, Holanda, Noruega, Gran Bretaña, etc. «Esta vez es diferente» dice el eslogan, sí porque o se avanza hacia la Unión Europea -parlamentaria, política, bancaria, fiscal- o la reacción de los reaccionarios está servida.

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