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Salvad a los niños

Fue gracioso cómo chutó Coro un penalti que sólo pitan en el Santiago Bernabéu o el Nou Camp. Supongo que la explicación postpartido será que pisó mal, o que era San Valentín, o que un grito de ánimo o de desgracia le distrajo. Pamplinas, un evidente fallo de concentración que no de técnica y ahórrense los doctores otros diagnósticos.

La consecuencia fue un estimable misil que actualmente debe de haber aterrizado en un asteroide donde el guionista de «La guerra de las galaxias» busca exteriores. Coro envió a Obi-Wan-Kenobi su regalo y supongo que éste lo recibiría en su galaxia con un gesto que hace gala a la inexplicable trayectoria del Elche: esta gente quiere morir, sentencia Obi-Wan-Kenobi.

Los críos que por primera vez han visto al equipo de su pueblo jugar contra los de «Champions» no saben quién es Obi-Wan-Kenobi. Les aclaro que es un personaje noble, humilde, parco en palabras y letal. Alec Guiness, el mejor actor que jamás he visto, le puso voz y rostro en la primera entrega de la saga y chutaba mejor que unos, despejaba mejor que otros, dirigía en silencio y jamás se quejaba. Habría sido un excelente fichaje para el Elche por todos estos motivos y alguno más, en concreto, la patética incapacidad del equipo para derrotar a un colega menor. Que el Elche es un equipo mediocre es algo sabido en Qatar. Y que su destino es sufrimiento llega incluso a Sri-Lanka (una isla donde quizás se descubra dentro de veinte años el balón de Coro).

Pero eso no justifica la mamarrachada de anoche. Un equipo de retales es inevitable si se carece de parné; comprar los peores retales incurre en alta traición. El Elche ha conjugado lo peor de ambos mundos: malos jugadores que jamás se sentirán vinculados al club, ya piensan en la próxima temporada y buscan piso en Valencia, Getafe, Sevilla o Sri-Lanka. Es obvio que el Elche va a descender no por falta de calidad (es tan inepto como otros 10 equipos), sino de actitud. Demasiadas bobadas en el campo, renuncias a pelear, protestas y aspavientos que malquistan al árbitro sin rentabilidad, milimétricos pases al vendedor de garrapiñadas y lumbalgias repentinas en cuanto se pierde un balón ominoso.

Se le llama apatía y el resguardo garantizado de que, si ocurre lo peor, los protagonistas tendrán nuevos contratos. El profesor Teófilo Sánders se encuentra de nuevo a mi lado.

- Mi querido discípulo, cuando nos conocimos estábamos en Segunda B. ¿No te parecería maravilloso volver a empezar?

- Profesor, piense en los niños.

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