Recordaba estos días una viñeta dibujada por el gran Perich a finales de los años setenta, era la época de la subida imparable de los precios de la energía como consecuencia de la crisis del 73. En dicha viñeta alguien preguntaba: «¿Hasta cuanto subirá la gasolina?», su interlocutor le contestaba: «a millón el litro, pero no se preocupe, al principio la gente se queja, pero luego se acostumbra».

Traigo aquí este recuerdo porque es una sensación que percibo cada día. La costumbre acaba por interiorizar la idea de que las cosas son así y que no pueden ser de otra manera. A ello contribuyen sin duda los mensajes de todos los poderes que no paran de recordarnos que esta es la realidad que nos ha tocado vivir, como si de una maldición bíblica se tratase.

Cuando hace dos años los recortes en los servicios públicos se ejecutaron con una violencia inusitada, sí hubo indignación y una respuesta continuada por parte de usuarios y profesionales. Concretamente la comunidad educativa se movilizó con la intención de resistir y evitar una agresión con consecuencias trágicas sobre el sistema público educativo valenciano.

A pesar de ello el balance final fue descorazonador, la plantilla reducida en cerca de un 20%, miles de compañeras y compañeros despedidos, el salario reducido en más del 15%, la jornada laboral aumentada en más de un 10%, las ratios de alumnado por aula considerablemente aumentadas, reducción de un número considerable de grupos, ataques a la autonomía de los centros y a la libertad de expresión, la sensación de frustración y derrota se instaló en los centros.

Al hilo de esta sensación los recortes han continuado, con menos intensidad pero sin pausa. En los centros se ha instalado una situación de normalidad, más trabajo, más cansancio y más silencio. La indignación se ha trocado en resignación, de la costumbre hemos pasado al olvido.

El olvido es lo peor, el olvido nos hace perder la identidad, el olvido es la instalación definitiva de la costumbre, ya no es que las cosas sean así es que no recordamos que conseguimos que fuesen diferentes y que queríamos que fuesen de otro modo.

No podemos olvidar que la situación actual no es fruto de la cabalística o de designios indescifrables sino de una gestión política concreta que tiene unos objetivos claros: entregar el sistema público a empresas privadas, convertir el sistema educativo en un vehículo de trasmisión ideológica y consolidar una sociedad dual que condene a la ignorancia y a la sumisión a la mayoría de la sociedad.

No podemos, no debemos olvidar que la escolarización obligatoria hasta los dieciséis años, la atención a la diversidad, la reducción de ratios, el aumento de plantillas, la democratización de los centros, los cambio metodológicos, la estabilidad del profesorado interino, la mejora en las condiciones laborales y salariales generales no fueron una gracia del poder, sino una dura conquista fruto de años de reivindicación y lucha.

Y tampoco debemos olvidar que no todo estaba conseguido, que el proyecto de Escuela Pública, laica, de calidad y democrática está y estaba lejos de ser alcanzado.

Por ello la memoria debe ayudarnos a desterrar la costumbre, a recuperar la indignación que nos lleve a la esperanza de que todo puede cambiar, de que todo tiene que cambiar.

El día 15 de febrero a las seis de la tarde es una buena oportunidad para el reencuentro, para reconocernos de nuevo. No sólo para manifestar nuestra indignación ante unos recortes que persisten, sino para renovar el compromiso de no olvidar que faltan compañeros y compañeras en los centros, que hemos de recuperar el tiempo perdido, que no damos nada de lo recortado por perdido, y no sólo eso sino que estamos comprometidos con un modelo alternativo de Escuela Pública laico, inclusivo y democrático.