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Nunca he soportado ver pegar a un niño ni maltratar a un anciano, aunque he conocido a muchos que merecían un azote o una réplica. Tampoco me gustan las tunas universitarias, las páginas de esquelas ni los concursos televisivos. Pero asumo que niños, ancianos, tunas, esquelas y concursos están incorporados a mi vida. Tanto como las masacres deportivas, ya saben, esos enfrentamientos desiguales que provocan la misma tensión en el espectador que un partido benéfico organizado para que desgraven los multimillonarios del césped. Y eso que mi pronóstico era el más optimista de entre todos los amigos (3-0 para el Barça). Nunca hay que despreciar la sabiduría del populacho y parecía evidente que la probabilidad de que el Elche puntuara en Barcelona era similar a la de que la infanta sea imputada. Quiero decir que al Elche ayer le pegaron, le maltrataron, le cantaron «Clavelitos», le insertaron una esquela y salió del Camp Nou como los concursantes a quienes Sobera despide con un juego de cartas y un cheque sin firma. Hoy habrá tertulias callejeras sobre el trámite. Se dirá por ejemplo que los delanteros del Barça son rápidos, incluso para sus competidores peligrosos de Champions, pero no hasta el punto de que los defensas del Elche reaccionen tarde no por falta de velocidad, sino de concentración; también que resulta incomprensible la apatía desde el primer minuto de algún jugador o que fueran precisamente los dos novatos exóticos quienes insinuaran malas intenciones. Poca cosa. Cuando el cuarto gol del Barça, una vecina de mesa con bufanda blanquiverde suspiró: «Bueno, ahora que no se lesione Neymar». Había jaleado durante hora y media al Elche mientras intentábamos mantener al Barça al menos a 10 centímetros de la línea de gol y ahora por fin parecía relajada.

El valor añadido de la Liga española es que cualquiera puede ser del equipo de su pueblo y además de tirios o troyanos. El «campanazo» (en argot futbolístico, el resultado inverosímil) ha perdido mucho énfasis de un tiempo a esta parte y ahora «el campanazo» se ha visto reducido a perder por poco o, en determinadas circunstancias, a sobrevivir al enfrentamiento. A continuación uno puede reflexionar sobre la injusticia del resultado en esta época en que reyes orientales distribuyen obsequios o lamentar que la vida nos haya deparado soportar un partido como el de ayer. Desengáñense los biempensantes bíblicos: no jugaron David contra Goliat, sino David con unas décimas de fiebre contra los 11 hermanos de Goliat. Y ya sé que Inglaterra pierde todas sus batallas excepto la última, pero convendría que ganáramos alguna cuanto antes.

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