Paz en la Tierra a los hombres de buena voluntad. La sentencia bíblica se nos ha quedado anticuada porque ¿queda algún hombre en el planeta capaz de exhibir semejante virtud en cantidades apreciables? ¿Mujer alguna, si un acaso? Desde que las presidencias de los consejos de gobierno las ocupan, de vez en cuando y a título excepcional, las mujeres se nos ha acabado la esperanza mínima que albergábamos en tiempos de que el mundo mejorase cuando estuviera en manos femeninas por fin. La Thatcher primero; Merkel ahora? ¿Alguien se cree que con Esperanza Aguirre, Ana Botella o sus equivalentes del otro bando capaces de llegar a la Moncloa resolveríamos nuestras angustias?

La buena voluntad dura apenas unos minutos después de que dan las doce de la noche de San Silvestre en el reloj de campanario de turno -hora local, que el año nuevo aparece de oriente a occidente a trancas- y comienzan a estallar los petardos. Somos un país (unido o fragmentado en pedazos, el 2014 lo dirá) que sólo sabe divertirse haciendo un ruido espantoso y, encima, a tiro fijo. Será por eso que la música minimalista nórdica nos resulta incomprensible: ¿pasarlo bien en silencio? ¡Qué absurdo! El estruendo acompaña incluso cada campanada desde que hay que explicar cuáles lo son y cuáles, por el contrario, advierten que va a comenzar la cuenta.

Con cada cohete, cada traca y cada explosión de pólvora en salvas se nos va la buena voluntad a la que hubiésemos podido encomendarnos en nuestros propósitos de enmienda. ¿Paz en la Tierra? La cantinela que recibe al año de estreno se parece mucho, en la banda sonora al menos, a la guerra y si no va más allá es porque aún no ha dado tiempo de armar la bronca. Los perros se asustan ante los estallidos y hay que poner cuidado en que no huyan en busca de algún lugar más sensato. Cleo y Jack, los nuestros, están de momento en una residencia invernal hasta que a finales de este mes que acaba de empezar viajen a Madrid donde, ¡ay!, el ruido abunda y la buena voluntad no es ya ni siquiera un recuerdo remoto. Será por eso que los artículos habituales y los deseos retóricos de finales de año que he podido leer no han hablado en el 2013 de esperanzas, ilusiones y alegrías imaginarias; se centraban en el desánimo. Los más optimistas te deseaban que 2014 no fuese aún peor pero ni siquiera el presidente Rajoy ponía cara de creerse algo de ese estilo cuando nos ha contado el bonito cuento de nuestro país de hadas y elfos como remate del ejercicio ya acabado.

Paz en la Tierra a quienes crean que la buena voluntad puede recuperarse con sentido común, educación, esfuerzo y cantidades razonables de Valium. Me apuntaría a esa fórmula si no tuviese ya a mis espaldas demasiados años como para confiar en que llegaré a ver otra cosa. Es lo malo que tiene la memoria hasta que un mecanismo mental piadoso te proporciona recuerdos nuevos, quizá falsos pero al menos más soportables, y, entonces, puedes echar mano del mecanismo de la nostalgia. Eso sí; en silencio, por favor, que ya no estamos para muchos sobresaltos. Y por aquello de aplicar lo que se predica, me callaré yo también confiando en que pasen ustedes un año no en el que se hagan realidad sus deseos -que es lo peor que nos puede suceder- sino en el que logren mantenerlos. Amén.