Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

La proyección como defensa

La hora de tomar decisiones, de ser conscientes de lo que nos gusta, o cuando sentimos ganas de hacer algo, podemos, en ocasiones, tropezar con apetencias que socialmente no están del todo bien vistas, o que incluso a nosotros mismos nos parecen reprobables. En estos casos, nuestro Pepito Grillo, nuestra conciencia, o lo que los psicoanalistas denominan, nuestro «superyó», se encarga de censurar dichos impulsos para que dejen de generarnos angustia. Según los seguidores de Freud, existen varios modos de bloquearlos. Por una parte, pueden ser reprimidos; o lo que es lo mismo, enterrados en el subconsciente. En este caso, con el tiempo pueden llegar a causar una neurosis. También pueden racionalizarse, o lo que es lo mismo, justificarse con astutas explicaciones. Imaginemos una persona que siente el impulso de humillar a un amigo y, cuando lo hace, argumenta que ha sido por su propio bien, para que aprenda una lección.

Pero hoy vamos a centrarnos en un mecanismo de defensa especialmente curioso: la proyección, que consiste en atribuir a otras personas (en ocasiones también a objetos) sentimientos, impulsos o pensamientos que pertenecen a uno mismo. Supongamos, por poner un ejemplo, que de pronto sentimos envidia porque un compañero de trabajo ha logrado un éxito. Imaginemos, además, que experimentar envidia fuera algo que nuestra conciencia no nos permite, que es algo que no aceptamos de nosotros mismos. Entonces podríamos acusar a un tercer compañero, que acaba de hacer un comentario intrascendente, de ser un envidioso. Pero lo más sorprendente es que ni siquiera nosotros mismos llegamos a ser conscientes de este proceso.

El mecanismo de proyección puede generar situaciones realmente injustas cuando acusamos o somos acusados de errores o injusticias que nada tienen que ver con la persona a la que le son adjudicadas. Cuanto menos dispuestos estamos a aceptar nuestros errores, más rígidos nos volvemos. Entonces tratamos de no aceptar ningún sentimiento que nos cause culpa, ya sea justificándonos, o culpando a quien tenemos más próximo. Si, además, esta persona tiene problemas de autoestima o su situación de poder en la relación es menor, puede llegar a sentirse realmente culpable o estúpido, y tratar de remediar sus supuestos errores modificando conductas que eran saludables para él. Así, el efecto dominó iría generando un rastro de sufrimiento a diferentes niveles.

Conocernos bien, aceptarnos y perdonarnos a nosotros mismos son excelentes estrategias para no causarnos daño ni causarlo a las personas cercanas, que son, por lo general, a quienes más queremos.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats