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Francisco Esquivel

De ayer a hoy

En vísperas de celebrar -no mucho la verdad- 35 años de Constitución, entró a declarar en la Audiencia Nacional el exinspector de policía González Pacheco, alias Billy el Niño, al que reclama por torturas durante la etapa final del franquismo una magistrada... en Argentina. Así somos. Un país que se mira poco a sí mismo y al que, por tanto, le cuesta reconocerse. Digamos que lo evita si de lo que se trata es de enfrentarse a las propias calamidades. Las correrías en ejercicio de Billy El Niño y de otros desalmados eran seguidas por las revistas guerreras de la época en la que los intrépidos reporteros se jugaban el cuello con los dedos manchados de tinta. Pero todos los riesgos se daban por bien empleados. Salvo una minoría mal encarada que daba codazos e incluso podía mostrarte la pistola si te ponías tonto, el resto tiraba del carro en la misma dirección: dejar de ser tantos años después un país gris. Existía ansia de pasar del sepia a los colorines. Y así, dentro de aquella eclosión que nos quitó unos cuantos siglos de encima, los Suárez, Felipe, Carrillo, Tierno, Tarradellas... irradiaban magnetismo alrededor y, al alcanzar el 6 de diciembre del 78, a miles de españolitos se le humedecieron los ojos ante la posibilidad de que, por fin, se fuese a salir del siniestro túnel. Hoy, aún siendo España otra, sus pobladores miran como miraban entonces a los que les representan y alucinan. Resulta que esquivan la introspección repitiendo la historia. Y huyen de la realidad para no meterle mano a tanto merdé dado que en el vértice están quienes están. Hasta la Casa Real -quién nos lo iba a decir- cojea de lo lindo. Y volviendo la espalda no vamos a ningún sitio. La Constitución no es sagrada. Lo sagrado son las aspiraciones y los intereses colectivos, a cuyo servicio está todo y que, sin embargo, cada vez se ven menos reflejados y más maltratados. No advertirlo es imposible y, seguir sin actuar, una infamia.

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