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José María Asencio

Doctrina Parot y discursos erróneos

La fuerza de la palabra es tanta que en ocasiones se desfiguran los hechos hasta el punto de que la realidad nada tiene que ver con su interpretación y exposición públicas. Es inevitable en la sociedad de la comunicación y un avance en la medida en que la libertad de expresión ha alcanzado cotas inimaginables para los que nos precedieron. Pero, a la vez, hay que ser conscientes de los riesgos de la palabra cuando la misma es utilizada para fines no compatibles con la verdad que debe representar.

Ha sucedido con la aplicación de la sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos que entendía contraria al convenio europeo la llamada doctrina Parot. Porque más allá de las críticas que a la misma se puedan hacer, más allá de la justicia o injusticia que entrañe y de la postura adoptada por nuestros tribunales de acatarla en su extensión subjetiva más absoluta, más allá de todo esto, es lo cierto que parecen sus críticos partir de una realidad que no se acomoda a la verdad, pues ni con la doctrina Parot podían permanecer los afectados en prisión toda su vida, ni los delincuentes peligrosos o no rehabilitados podían ser mantenidos privados de su libertad indefinidamente. Simplemente, con la doctrina Parot se retrasaba su puesta en libertad, pero una vez cumplida la pena, cada cual recuperaba su libertad y no podía ser sometido a restricciones en la misma a salvo las que vinieran impuestas en la sentencia, pocas si se tiene en cuenta que hablamos de hechos anteriores a 1994 a los que no es aplicable lo que el Código Penal ha ido, con gobiernos diversos y paulatinamente, estableciendo en estos últimos años con el fin de proteger en mayor medida a las víctimas.

Esa es la realidad de la que debía partirse y no otra, incierta, una falsa percepción que parece se ha ido extendiendo en la sociedad, creada por personas que han excedido su crítica hasta el punto de perder toda referencia exacta formulando o, mejor dicho, creando un escenario totalmente alejado de la situación legal.

Si uno atiende a las críticas de ciertos sectores sociales o de grupos que protestan según la naturaleza de los delitos cometidos por los ahora puestos en libertad, pueden apreciarse apelaciones a la impunidad y a la inseguridad colectiva que olvidan o relegan el hecho de que todos los afectados por la medida fueron condenados y cumplieron su pena, computada conforme a la legalidad vigente, que no difería mucho de la que procedió en España desde los años cuarenta, es decir, desde cincuenta años atrás. Porque, la impunidad se produce cuando una persona no es condenada, no cuando cumple la pena que corresponde al delito cometido. Y la inseguridad se genera, exactamente igual, cuando los delitos no son descubiertos y castigados sus autores, no cuando, sencillamente, cumplen con la sentencia impuesta aunque a algunos o muchos les parezca escasa.

Por tanto, ni impunidad, ni inseguridad se pueden producir por el hecho de que la pena resultante haya sido menor que la que derivaba de la doctrina Parot. Y ello aunque quienes sostienen estas teorías extremas y precipitadas, trasladen dolosamente o de forma negligente, quién sabe, a la sociedad la teoría falsa de que, por culpa del TEDH, de nuestros tribunales y del Gobierno, delincuentes peligrosos están siendo puestos en libertad con el riesgo de que pueden volver a reincidir, hecho que, para estos comentaristas antes de la sentencia europea no sucedía. Porque, a su parecer o conforme a lo que trasladan, la doctrina Parot aseguraba una suerte de prisión perpetua para los no rehabilitados o impedía la liberación de los condenados por terrorismo, violación o asesinato en los casos más sonados. Una falsedad y modificación de la realidad tan peligrosa, como incierta que revela el uso indeseable y falso de la información y la rápida aceptación social de todo aquello que se exponga con serenidad y moderación.

Hay que moderar los discursos o, cuanto menos, hacerlos compatibles con la verdad, la cual, aunque relativa, en muchos casos es más objetiva y verificable que en otros. No todo es tan ilimitadamente opinable y moldeable o útil para moldear conciencias. La libertad no alcanza la supresión interesada de la verdad. Cabe interpretar la realidad, pero siempre que se parta de ella, no de una alteración de la misma con el objeto de conseguir un beneficio o la adhesión de unos ciudadanos ya suficientemente manipulados y sensibles a cualquier noticia que mueva sus sentimientos más primitivos. Pero, para ello sería necesario que el tratamiento de la información fuera más objetivo y que los líderes políticos, tan cambiantes en sus percepciones y discursos, recuperaran una cierta vergüenza que les impidiera decir cada día una cosa y la contraria. Y que los comentaristas que hablan para el público asumieran la responsabilidad de sus palabras y aceptaran el precio de la independencia. Un tributo que hay que pagar a cambio de influir en los lectores.

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