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Memoria

Recuerdo ahora, desde que me han dicho que acaba de morir, a alguien tan irrepetible que sus imágenes no dejan de amontonarse en la memoria, circulan éstas como un carrusel fotográfico e interminable que ocupa casi cincuenta años de encuentros: Enrique Cerdán Tato en una primera imagen juvenil en 1967; luego los tiempos del PCE y la campaña de 1977, en la que fue candidato por este partido; más tarde, la lectura de sus obras y encuentros con un café o con algún güisqui delante para comentárselas; alguna entrevista, jurados más o menos interesantes; compromiso social siempre en el que Enrique enarboló todas las banderas de libertad, o la única bandera moral que significa la libertad; conferencias en varios lugares y sedes y un último encuentro hace ya meses en el que comprobé que la enfermedad lo estaba devorando.

Debo salir de la memoria personal hacia la literatura, y lo hago repitiendo lo que dije ya alguna vez: Cerdán Tato es sobre todo un escritor, y algunos de sus libros pervivirán como metáforas esenciales de un tiempo en el que, desde aquí, se intentaba escribir. He evocado una primera imagen juvenil en la que recordaba una convocatoria del periodista de INFORMACIÓN Isidro Vidal, allá por 1967, en la que en un hotel alicantino Enrique, Ernesto Contreras y yo mismo (que no sabía muy bien qué hacía allí) discutíamos con José Vicente Mateo sobre su «Imagen de Alicante». Es un recuerdo breve, de nombres queridos y desaparecidos, que fueron escritores.

Lo de Enrique fue bastante diferente: mandaba la narrativa, asociada al periodismo y a la crónica. Estaba presente su predominante vocación literaria desde Un agujero en la luz (1957), que es todo lo contrario a la metáfora que algunos mentirosos dicen que vivimos ahora. La fantasmagoría de un barco de destino incierto lleva, más al lector que al protagonista, al convencimiento de que las soñadas islas remotas son aniquilación final, como si tuviéramos que desterrar las imágenes de salvación, como si el peso de la existencia desterrara las imágenes sociales e históricas positivas.

Es abrumador el pesimismo en la narrativa de Enrique, atenuado en la metáfora histórica medieval de Todos los enanos del mundo (1975) en donde un cometa y la derrota de Sigfrido de la Gorce densifican un tránsito de sociedad en el que lo fantástico viene determinado por profecías, cerco de abetos, manuscrito de alquimista y continuidad de la dinastía de los Gorce hasta su final.

Su mejor novela para mí es Los ahorcados del cuarto menguante (1982) que confirmó una voluntad narrativa basada en la reconstrucción ficcional de la historia próxima: el fusilamiento de un estudiante llamado Sabrino Saña por actos que no ha cometido, permite una rememoración familiar, la de los Sabrino Saña, a lo largo de cinco siglos de ajusticiados: el primer Saña murió a manos de la Inquisición por unos textos cabalísticos que desde luego no había escrito, ya que no sabía leer ni escribir?«no amanecemos al mundo con el pan, pero sí con el verdugo», dice otro de los Saña a lo largo de cinco siglos de historia de un país, que es insolidaridad, intolerancia y sometimiento. La génesis imaginativa de la novela fue septiembre de 1975, cuando los últimos fusilamientos del franquismo.

Otras obras como Sombras nada más o El mensajero de los últimos días forman parte de una escritura que Enrique supo llenar de lenguaje como nadie lo ha hecho aquí cerca en nuestro tiempo.

Habría también una lista interminable de relatos, de producción periodística -sus Gateras por ejemplo en este periódico-, de crónica de esta ciudad -de la que fue «cronista oficial», aunque yo siempre lo califique como «cronista extraoficial»-. Es esencial, también por vivida, su crónica La lucha por la democracia en Alicante. Durante bastantes años se dedicó también a Miguel Hernández, sobre quien en 2010 nos sorprendió con la documentación de un nuevo proceso judicial, complementario al principal, que demostraba la inquina que algunos desarrollaron hacia el poeta y las miserias legales de una dictadura a la que Enrique combatió siempre y por la que fue detenido varias veces.

Hará bien cualquier lector interesado en meterse en las páginas informáticas que, desde la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, le dedicamos hace años (http://www.cervantesvirtual.com/bib/bib_autor/cerdan/). Hoy es sin duda uno de los recuerdos que podemos tener de él, aunque siempre quedará como imprescindible el otro, personal, que es la memoria de la vez que nos dimos el último abrazo.

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